domingo, 29 de noviembre de 2009

Las puertas de una Villa hablan...

Por: Yoel Rivero Marín.
El reflejo de una ciudad no solo son sus calles o sus habitantes. También lo son sus puertas. En ellas clasificados de todo tipo, creencias, cambios, compras y ventas son capaces de mostrar quienes somos en esta amalgama de orientaciones muy pueblerinas.
Reportaje fotográfico de las puertas de una ciudad.





martes, 24 de noviembre de 2009

MISTERIOS DE UN CUADRO.

Por: Alberto González Rivero
Una sagüera que pidió el anonimato, donó un famoso cuadro a la Iglesia Católica, inaugurada el 14 de febrero de l860 por real decreto de Isabel Segunda.
La pintura se exhibe en una de sus paredes, a la derecha del altar del templo, y tiene un particular enigma.
En el interior hay ventanales que parecen claraboyas, iluminando los motivos religiosos. Y, en las afueras, encontramos el frontispicio, el reloj y el campanario que toca a rebato a sus devotos.
El autor de la obra fue el holandés Jos Correns, pintor de estílo flamenco, y la técnica utilizada es magistral: da la sensación que la vertiente del río es de una transparencia celestial, y el pie de Cristo se introduce en el agua con un realismo conmovedor.
En el acto de colocación de la primera piedra de la tercera iglesia (en el orden de creación de éstas) fue enterrada una caja de metal que contenía periódicos, monedas y otros objetos de la época.
Las circunstancias en que este cuadro fue robado en Europa, convierten en leyenda y rodean de misterios la donación de la joven de esta localidad.

jueves, 5 de noviembre de 2009

EL LÁTIGO GÓMEZ.

Por: Alberto González Rivero.
José Gómez Pinto -El Látigo- es un legendario pelotero de la Villa del Undoso, receptor de los entonces equipos Azucareros, que implantó un récord en dobles conectados en series nacionales de béisbol, y otros de travesuras…
Cuando dirigía el equipo de Sagua la Grande en los juegos escolares provinciales, teniendo en cuenta que casi toda la selección estaba conformada por peloteros de raza negra, era predecible que en un mismo inning un bateador fuera al home play por lo menos dos veces, debido a su pícara estrategia.
Lograba confundir a los árbitros y directores de los equipos rivales, porque, de acuerdo a las circunstancias en que se encontrara el juego, pasaba gato por gato.
De modo que había que asegurar el triunfo a cualquier costo, líneas iban y líneas venían, pero el róster permanecía inamovible, no se corría, eran los mismos negritos a la ofensiva por el elenco en aprietos.
Otras veces, para no abusar de la misma artimaña en el desafío. El Látigo ponía a dos jugadores de color blanco a batear de forma sucesiva para despistar a los contrarios.
José Gómez Pinto miraba hacia la pizarra y, obviamente, si el marcador no le favorecía a su selección, el ingenio se le aguzaba más.
Entonces le hacía señas a su mejor bateador, este se acercaba al home, ligaba un hit e impulsaba una anotación, y, si la entrada se extendía y era necesario remolcar más carreras, le cambiaba la gorra o el uniforme y los llamaba a seguir aportando a la causa, aunque tuviera que sacrificar a otros peloteros que apenas empuñaban el aluminio.
Nunca fue descubierto, era un genio del camuflaje.
Cuando cumplió misión deportiva en Brasil preparó una representación de béisbol de aquella nación, integrada fundamentalmente por descendientes de japoneses.
Como anillo al dedo para su táctica, casi todos los peloteritos eran de rasgos asiáticos, el trueque era ahora menos complicado.
Un solo chinito, buen bateador, ligó tres imparables en un mismo episodio.

GOLEADA DE FULGUEIRAS.

Por: Alberto González Rivero.
José Antonio Fulgueiras es un bromista incorregible, al que la puerta de su deporte favorito no le trajo alguna notabilidad de no ser por sus fallidos engarces.
Quizás, lo más inédito de la poética existencial de este cronista de reconocida obra, es que fue trabajador de la Empresa de Comunicaciones de su ciudad natal.
El Flaco se aferró a los hilos del código Morse como los padres telegrafistas de Enrique Núñez Rodríguez y Gabriel García Márquez, aunque su progenitor, Cheo, era de esos campesinos que no le echaba agua a la leche, según reseña en la columna en que se parcializa su amor por la familia.
Fulgueiras debuta en el periodismo, inspirado por el inolvidable colega y coterráneo, Efraín Sacerio Guardado, a la sazón corresponsal del periódico Vanguardia.
Sensacionalmente rebota en el teletipo de la redacción deportiva un reporte que se refería al récord en velocidad que establecía el Sace tras pilotear su moto por las calles aledañas al parque La Libertad, cuyas imágenes no eran pródigas en hazañas atléticas, pero sí en exceso de irresponsabilidad en el recorrido nocturno por el céntrico vial.
-¡Cuidado con el Fangio sagüero! - tituló la crónica publicada en el diario provincial.
Por suerte o por desdicha, a Sacerio no lo secuestraron como al corredor argentino, en este caso por violar reiteradamente las leyes del tránsito.
-Pensaba en la posibilidad de que el motociclista se estampara cual graffiti en las paredes del merendero El Kindú - dijo el corresponsal al referirse al osado volante.
Pero no tiene Fulgueiras otra faceta más ocurrente y temeraria, como la de su aspiración a convertirse en el poeta del ambiente, en el duro de la semántica literaria
-Muerto, muerto, no te dejes agitar, habla bonito, pa’ batirse estamos nosotros, no hay miedo- solían decirle socios rankeados como Papo y Pepe Carne Puerco.
El Gallego, profesor de fútbol, cachimba en ristre, buscaba ansiosamente los tres porteros del equipo Sagua que debía discutir el título en el torneo regional, que ese día no asistieron al entrenamiento.
Los cancerberos Julio Jova, Fulgueiras y Narciso, titulares del once local, acordaron ir a tomar cerveza al cabaret nocturnal, de modo que dejaron vacío el arco y pusieron en solfa a la alineación regular.
-¡Gool, qué rico está el lague! - voceaba Amaury, el defensa central de la selección, que también abandonó la cancha al sacarle el árbitro tarjeta amarilla.
Se acordaba el corresponsal cuando describía las peleas que escenificaban los boxeadores Julito Peláez y Nardo Mestre, aunque nunca pudo averiguar por qué Juanito el Pela’o, el entrenador, no le convenía tirar la toalla.
Absorto en la memoria pugilística, se arma una riña en el devenido ring recreativo, y en la discordia sale herido Narciso cuando intentaba detener un balón afilado.
Fulgueiras y Jova se llevan al accidentado hacia el hospital “Mártires del 9 de Abril”; es decir, los porteros del DT Ríos todavía deambulaban en jugada peligrosa en el área de meta.
-Policía, esos dos no se fajaron, pero conocen a los que provocaron la bronca - aseguró uno de los afectados que anidó en la malla uno de los soplones más chiflados en la historia del balompié sagüero.
-Coño, Papo, encerraron al Fulgue y a Jova - afirmó alguien del grupo que no sabía a ciencia cierta si el intelectual se había consagrado con la metáfora de un bofetón lírico en la porfía.
Entretanto, la blanquinegra corría en el murmullo de los guardavallas desaparecidos.
-Dos en cana y otro lesionado, nos quedamos sin porteros, perdimos el campeonato - advertía el colador en la banca, por si al gallego se le ocurría ubicarlo como guardameta en el choque decisivo.
Retenido en el coppelita, conocido no por el tradicional expendio de helados, sino por lo estrecho de la prisión provisional, Fulgueiras era elogiado por un braga’o como Domingo Roche, certificando su entrada filóloga al mundo del ambiente, pues no hablaba, comía poco, la sopa era una explosión estomacal, y porque se había salvado de la goleada en el torneo regional de fútbol.