Por: Lic. José Miguel Pérez Dib.
Cuando el 6 de junio de 1957, el sacerdote Guillermo Isaías Sardiñas Menéndez abandona su capilla de Nueva Gerona, Isla de Pinos, y parte rumbo a Oriente, está dando el primer paso que uniría dos épocas y dos luchas en América Latina.
Puente entre estas dos épocas, entre Hidalgo, en México, contra la dominación española, y Camilo Torres, en Colombia, contra la dominación imperialista, Sardiñas deviene el primero en la nueva cruzada emprendida por los elementos más concientes de la iglesia católica, al lado de la nueva carga por la verdadera independencia soñada por José Martí.
Hombre de cultura, conocedor de la historia, el sacerdote Sardiñas sabe ver hacia dónde marchan los pueblos y decide ser de los primeros en vestir el uniforme guerrillero.
El desconocido cura sagüero marcha por voluntad propia, a exponer su vida y su suerte al lado de los que, para esa fecha, están en la fase inicial de la lucha guerrillera cubana.
De ahí el valor de este hombre, que permaneció 18 meses al lado de los que morían combatiendo, y que al terminar la guerra, pudo vestir con orgullo una sotana verde olivo cuyas hombreras estaban rematadas por las estrellas de Comandante.
Tras la inesperada y prematura muerte de Guillermo Sardiñas, ocurrida el 21 de diciembre de 1964 en La Habana, Fidel Castro expresó: “Falleció un comandante de nuestro Ejército, que por su actividad, por su conducta se ganó la estimación de todos, que llegó a alcanzar el grado de Comandante de nuestro Ejército Rebelde, y que su convicción religiosa, su creencia religiosa no fueron por el abandonadas y no estuvieron nunca en contradicción con sus convicciones y sus sentimientos de hombre y ciudadano...”
Al morir Guillermo Sardiñas Menéndez tenía 46 años. Permaneció fiel a la causa del pueblo que lo llevó a las montañas de la Sierra Maestra.
Aquellas estrellas que llevaba sobre sus hombros y que le fueron entregadas por el Comandante Camilo Cienfuegos, eran su más alto orgullo.
Donde quiera se le podía ver con la sotana verde olivo confeccionada por su amigo Camilo; en lo más intrincado de las montañas, alfabetizando a la gente más humilde, estudiando leyes en la Universidad de La Habana o cumpliendo con sus deberes militares en el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
Jamás decayó en él su amor por la Revolución y Fidel...siempre confió en el triunfo de los humildes.
Hasta el último momento, antes de caer abatido por su enfermedad, estuvo trabajando y estudiando guiado por su inquebrantable fe. A pesar de que la vida no le alcanzó para lograr sus sueños, nunca abandonó la trinchera que lo hizo Comandante.
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