Alfredo Sosa Bravo traza bocetos de la estación ferroviaria, bordando las tonalidades de la vegetación.
Fue el amanecer de la campiña en Viana, las combinaciones de colores del tren que viajaba por vía estrecha, lo que dio lumbre poética a sus cuadros.
El premio nacional de artes plásticas, reflejado en los vidrios de la ciudad de Murano, Italia, donde es venerado por su obra, alarga las rieles cuando esperaba la llegada de la prensa en aquella Terminal que sirvió de hogar a la familia.
Sosa bravo se quedaba hechizado con el paquete de comic, esos dibujos que le inspiraron las combinaciones de colores vivos: figurativa, llena de símbolos, como lo sigue siendo el señor de sombrero y gafas oscuras, que es él mismo, recurrente, de diversos tamaños.
Mientras vemos cruzar el gascart de sus fantasías, la pincelada se entremezcla en sentimientos, atmósferas de tijeras, cuchillos, bastoncitos, cintas, estrellas…
Fue el amanecer de la campiña en Viana, las combinaciones de colores del tren que viajaba por vía estrecha, lo que dio lumbre poética a sus cuadros.
El premio nacional de artes plásticas, reflejado en los vidrios de la ciudad de Murano, Italia, donde es venerado por su obra, alarga las rieles cuando esperaba la llegada de la prensa en aquella Terminal que sirvió de hogar a la familia.
Sosa bravo se quedaba hechizado con el paquete de comic, esos dibujos que le inspiraron las combinaciones de colores vivos: figurativa, llena de símbolos, como lo sigue siendo el señor de sombrero y gafas oscuras, que es él mismo, recurrente, de diversos tamaños.
Mientras vemos cruzar el gascart de sus fantasías, la pincelada se entremezcla en sentimientos, atmósferas de tijeras, cuchillos, bastoncitos, cintas, estrellas…
El maestro se inició cosiendo paños en el lienzo, tendencia o estilo que ambienta en su impronta actual.
En los años cincuenta del siglo xx vio una exposición de Wifredo Lam, en el Parque Central, en La Habana, y se deslumbró con la magia de su notable coterráneo.
Al genio lo conoció cuando vino a la capital cubana a tratarse la apoplejía que le aquejaba, pero no tiene influencias en su pintura.
Alfredo Sosa Bravo se traslada a sus destellos fugaces en las calles de Sagua, “limpias como las calzadas argentinas”, según describe Mañach en “Glosario”, esbozando la acuarela por el Hotel Telégrafo y las corrientes del río que alguna vez fueron bautizadas por el poeta Plácido.En los años cincuenta del siglo xx vio una exposición de Wifredo Lam, en el Parque Central, en La Habana, y se deslumbró con la magia de su notable coterráneo.
Al genio lo conoció cuando vino a la capital cubana a tratarse la apoplejía que le aquejaba, pero no tiene influencias en su pintura.
Se sustrae el personaje de sombrero y gafas, porque el pintor de las estrellas ensarta los muñequitos de la estación.
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