Por: Alberto González Rivero. (Conrado Marreo a la Izquierda)
En la Finca Laberinto tiró sus primeros lanzamientos el guajiro Conrado Marrero Ramos, un pitcher que se fajaba a los naranjazos contra el testero del bohío donde vivía, pues nunca, en su niñez, pudo tener una pelota de verdad.
Entonces una bola de béisbol, un par de guantes u otros implementos deportivos, era un privilegio. Los primeros pitenes se desarrollaban donde hoy se encuentra la tienda de víveres, de Laberinto.
El célebre premier dejaba la carreta a un primo para poder jugar pelota en Sagua la Grande, Isabela de Sagua o Cienfuegos. En la Perla del Sur, Conrado Marrero debutó en la lomita frente al Club Stany. De esta forma se daba a conocer este lanzador, efectivo e inteligente, y se fue despidiendo de las prácticas con naranjas que rebotaban contra el testero de su casa, o de la faena agrícola.
Marrero estuvo en el róster del equipo Almendares. El premier parecía un título de nobleza para un humilde carretero que prefirió las emociones de los estadios y las multitudes. Ningún fanático o periodista alababa la velocidad que no tenía en sus envíos, sino que veneraban su dominio, sus habilidades en la lomita y fuera de ella, su intuición para poner la bola donde se volvía imposible batearla.
Como integrante del equipo Cuba de Béisbol Aficionado gozó del mérito de ser el primer lanzador que se anotó un triunfo ante una selección de Estados Unidos. Marrero compensaba su pequeña estatura con la sabiduría en el box.
Son leyendas los ponches que le propinó al extraordinario bateador Ted Williams en las Ligas del beisbol rentado en los Estados Unidos. Y el desquite de este último con aquel descomunal jonrón que se perdió en el horizonte. El Guajiro de Laberinto vistió las franelas del New York.
Conrado Marrero se llenó de glorias y elogios, pero esa simpatía de guajiro decidió compartirla con los aficionados que lo aplaudieron inings tras inings, ponche tras ponche.
El premier, Hijo Ilustre de Sagua la Grande, vuelve una y otra vez a la finca “Laberinto”, busca a sus familiares y antiguos amigos, riega cuantas bocanadas de nostalgia le permite la humareda de su inseparable tabaco, hace chistes medio en serio, medio en broma, se siente afligido por la pérdida física de su amigo “Tronquito”, pero se faja con toda la tristeza y los recuerdos y los traduce en alegría. Por aquello de pensar siempre en el relevo, no dejó de admirar a su coterráneo Víctor Mesa. El premier recorre el parque “La Libertad”, escoltado por sus fanáticos de toda la vida, tirando imaginarias naranjas hacia el home de la memoria y hablando de béisbol.
En la Finca Laberinto tiró sus primeros lanzamientos el guajiro Conrado Marrero Ramos, un pitcher que se fajaba a los naranjazos contra el testero del bohío donde vivía, pues nunca, en su niñez, pudo tener una pelota de verdad.
Entonces una bola de béisbol, un par de guantes u otros implementos deportivos, era un privilegio. Los primeros pitenes se desarrollaban donde hoy se encuentra la tienda de víveres, de Laberinto.
El célebre premier dejaba la carreta a un primo para poder jugar pelota en Sagua la Grande, Isabela de Sagua o Cienfuegos. En la Perla del Sur, Conrado Marrero debutó en la lomita frente al Club Stany. De esta forma se daba a conocer este lanzador, efectivo e inteligente, y se fue despidiendo de las prácticas con naranjas que rebotaban contra el testero de su casa, o de la faena agrícola.
Marrero estuvo en el róster del equipo Almendares. El premier parecía un título de nobleza para un humilde carretero que prefirió las emociones de los estadios y las multitudes. Ningún fanático o periodista alababa la velocidad que no tenía en sus envíos, sino que veneraban su dominio, sus habilidades en la lomita y fuera de ella, su intuición para poner la bola donde se volvía imposible batearla.
Como integrante del equipo Cuba de Béisbol Aficionado gozó del mérito de ser el primer lanzador que se anotó un triunfo ante una selección de Estados Unidos. Marrero compensaba su pequeña estatura con la sabiduría en el box.
Son leyendas los ponches que le propinó al extraordinario bateador Ted Williams en las Ligas del beisbol rentado en los Estados Unidos. Y el desquite de este último con aquel descomunal jonrón que se perdió en el horizonte. El Guajiro de Laberinto vistió las franelas del New York.
Conrado Marrero se llenó de glorias y elogios, pero esa simpatía de guajiro decidió compartirla con los aficionados que lo aplaudieron inings tras inings, ponche tras ponche.
El premier, Hijo Ilustre de Sagua la Grande, vuelve una y otra vez a la finca “Laberinto”, busca a sus familiares y antiguos amigos, riega cuantas bocanadas de nostalgia le permite la humareda de su inseparable tabaco, hace chistes medio en serio, medio en broma, se siente afligido por la pérdida física de su amigo “Tronquito”, pero se faja con toda la tristeza y los recuerdos y los traduce en alegría. Por aquello de pensar siempre en el relevo, no dejó de admirar a su coterráneo Víctor Mesa. El premier recorre el parque “La Libertad”, escoltado por sus fanáticos de toda la vida, tirando imaginarias naranjas hacia el home de la memoria y hablando de béisbol.
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