Cuando sus potentes puertas se abren el feligrés o el simple visitante encuentra paz, sosiego y una excelsa belleza. Nuestra señora de la Purísima o de la Inmaculada Concepción de Sagua la Grande acaba de cumplir 150 años, desde 1860 ha sido testigo, sobreviviente de épocas tormentosas, de días grises, de fuertes y obscuros vientos pero también ha compartido, regia y altanera, jornadas de dicha y jubileo.
Es nuestra iglesia parroquial una gran dama; aún quienes no comparten su esencia espiritual la reverencian y la cortejan, cual novia llena de encantos: Es sutil y recatada, la guarda un portón de hierro con finos relieves de ángeles. Otras previsiones toma la doncella antes de abrir su corazón, hay que sortear un alto cancel de bastidores plegadizos y exquisitamente labrado en madera fina. Una gran cohorte la acompaña; dispuestos a cada lateral, erguidos en altares y como tocados por la luz del sol, permanecen atentos a cada súplica o llamado. Desde el presbiterio le anunciaba otrota el hombre su romance y en un rincón místico, discreto se encuentra un remanso de confesión y alivio. Hasta su marmórea pila bautismal han llegado innumerables generaciones de sagüeros a recibir las aguas del bautizo.
No podía ser más exquisito su lugar de reposo. Fuertes columnas y poderoso mármol la sostienen en el centro de la casa. La paz de los cielos la cobija, la paz en pleno vuelo para repartirla entre todos desde su mirada gentil, bella.
Algunas lágrimas dejan ver su cuerpo más que centenario: Grietas por donde se escurre la belleza, rasguños del tiempo, guiños del descuido, entre tanto silencio se escuchan los gritos de impaciencia.
Ciento cincuenta años y con cada campanada se escuchan los ecos de la edad primera, es éste nuestro más preciado relicario, ella guarda la vida de un pueblo y la más purísima de las historias por los sagüeros concebida.
Es nuestra iglesia parroquial una gran dama; aún quienes no comparten su esencia espiritual la reverencian y la cortejan, cual novia llena de encantos: Es sutil y recatada, la guarda un portón de hierro con finos relieves de ángeles. Otras previsiones toma la doncella antes de abrir su corazón, hay que sortear un alto cancel de bastidores plegadizos y exquisitamente labrado en madera fina. Una gran cohorte la acompaña; dispuestos a cada lateral, erguidos en altares y como tocados por la luz del sol, permanecen atentos a cada súplica o llamado. Desde el presbiterio le anunciaba otrota el hombre su romance y en un rincón místico, discreto se encuentra un remanso de confesión y alivio. Hasta su marmórea pila bautismal han llegado innumerables generaciones de sagüeros a recibir las aguas del bautizo.
No podía ser más exquisito su lugar de reposo. Fuertes columnas y poderoso mármol la sostienen en el centro de la casa. La paz de los cielos la cobija, la paz en pleno vuelo para repartirla entre todos desde su mirada gentil, bella.
Algunas lágrimas dejan ver su cuerpo más que centenario: Grietas por donde se escurre la belleza, rasguños del tiempo, guiños del descuido, entre tanto silencio se escuchan los gritos de impaciencia.
Ciento cincuenta años y con cada campanada se escuchan los ecos de la edad primera, es éste nuestro más preciado relicario, ella guarda la vida de un pueblo y la más purísima de las historias por los sagüeros concebida.
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