lunes, 15 de agosto de 2011

El Siglo XXI En Sosabravo.

Por Manuel Fernández Figueroa

Una obra de arte sólo tiene valor si en ella vibra el futuro André Breton Finalizando el año 1930 —el 25 de octubre para ser más exactos— nacía en Sagua la Grande, (Las Villas), Manuel Alfredo Sosabravo. En aquel entonces apenas un loco imaginaría máquinas pensantes. Bill Gates no había surgido y microsoft ni siquiera era una mala palabra. A partir de la Segunda Guerra Mundial aparecieron máquinas que tendían a incrementar las capacidades de ver y de oír del hombre. Cuando Sosabravo llega a la capital, con poco más de diez años, la cultura nacional no era tal cultura y mucho menos nacional, aunque muchos hombres, durante casi un siglo —desde 1868— habían luchado por la existencia de Cuba como Nación y por una cultura autóctona. Sosabravo logró encontrar en Wifredo Lam, la vocación que había buscado desde que tenía uso de razón. Al ver una exhibición de su coterráneo, presentada a principios de 1950, comprendió que su suerte estaba echada: sería pintor. Han transcurrido cincuenta años desde aquel momento y setenta de su nacimiento. El mundo ha cambiado notablemente, el desarrollo de la ciencia y la técnica ha alcanzado límites jamás sospechados. El hombre se pasea por el cosmos y ya ha estado en la luna, auxiliado por cientos de miles de máquinas que por otra parte se han convertido en un valladar para la comunicación directa. Las decenas de países subdesarrollados que alcanzaron su independencia y «soberanía» en las décadas del cincuenta y sesenta, y emprendieron una lucha por su autonomía cultural, ven con estupor que el problema de la cultura nacional no es ya sólo para los enclavados en el Tercer Mundo: a finales del siglo la globalización económica y política pretende convertirse también en cultural, anulando las individualidades que deben conformar el acervo de cada país. El hombre, fuente de todos los inventos, creó el arte, venero continuo de comunicación, en su afán nunca saciado de expresarse. Sin embargo, al término de un milenio y comienzo de otro se ve cada vez más solo ante la comunicación enlatada. Por esto la Bienal de la Habana, en su Séptima Edición, se plantea como superobjetivo: MAS CERCA UNO DEL OTRO. Es decir, la utilización del arte como uno de los pocos espacios vivos de comunicación entre los hombres, aspecto de importancia vital y que es, por otra parte, una de las situaciones más preocupantes para la humanidad ante el nuevo milenio. Son coincidentes también con este evento los aniversarios en edad y en obra del maestro Alfredo Sosabravo, Premio Nacional de Artes Plásticas, quien, por qué no decirlo, también es un maestro de la comunicación. No es posible desconocer que el artista siempre ha partido de nuestras raíces populares, tomando como base estructural la cotidianidad de nuestra idiosincrasia para reflejar su arte. Toda su obra ha sido y es un reflejo de nuestra realidad. En los trabajos de su primera etapa —aunque no pretendemos dividirlo en espacios, ya que en su obra siempre ha existido una continuidad—, expresaba elementos con los que tropezaba diariamente en los parques: animales, arlequines, etc. No obstante, sin perder este hilo conductor, su obra ha ido evolucionando y ya con el grabado, técnica que le posibilitó los primeros premios de su carrera, se denota los resultados de una búsqueda que, aunque para él nunca termina, le permitió alcanzar los peldaños de despegue en esa escalera del éxito. En estas obras iniciales existía la influencia de su amigo y maestro, Ángel Acosta León; en las recientes, más que una influencia, apreciamos un sincero homenaje. Para Sosabravo, búsqueda es la palabra fundamental de su diccionario. Sin alejarse de la pintura, fue al grabado; sin alejarse del grabado, fue a la cerámica, donde se convirtió en maestro de maestros, y es esta manifestación la que lo hace alejarse algo de la pintura y que algunos críticos lo enmarquen como ceramista y no como el pintor que realmente es. Al retornar a la pintura lo ha hecho por la puerta ancha con excelentes exposiciones en España, Italia, Grecia y otros países de Europa. Es reclamado para realizar obras de cristal de murano y allá va como el joven aprendiz que nunca dejará de ser, en su permanente búsqueda. En ellas encontramos todos los elementos que hacen grande su obra y en especial, ese rasgo tan de pueblo que lo ha caracterizado siempre. Rufo Caballero lo señaló como patriarca actual del arte cubano, un clásico vivo y con la vivacidad de un ángel adolescente. Realmente esta es una de las mejores maneras de definirlo, pues él se regodea en esa sabiduría de pueblo que, día a día, con sus chistes, su música, sus reflexiones, su trabajo y sus luchas, conforma, paralelamente, la obra del artista y nuestra historia como Nación. Y es que en esta obra el hombre común encuentra reflejadas las contradicciones e inquietudes de su azarosa existencia. Sosabravo sigue manteniendo la sencillez, la frescura y la necesidad de comunicación de sus comienzos. Los lauros, los premios y condecoraciones no le han hecho olvidar su origen humilde. Tampoco los avances tecnológicos —como Dulce María Loynaz, quien prefería escribir a mano todas sus creaciones—; él necesita del calor humano, que es la base conceptual de su obra. Desde “Salvemos lo Verde”, “Homenaje al cine de Almodóvar o a la mona de Tarzán”, pasando por “Dulce Pájaro de la Juventud” y el “Hombre de éxito”, hasta lo más reciente, como “Homenaje a Berni”, están presentes los lugares, las problemáticas, las respuestas, los dichos y dicharachos de la voz popular, que él nunca dejará de escuchar. Si el siglo xx en sus postrimerías nos legó tecnologías, terminologías y profesiones, y si es usual referirse a ellas, debemos rendir honores al comunicador por su posibilidad de transmitir ideologías —léase caudal de ideas—, y reconocer en Sosabravo al comunicador, porque si bien es estéticamente uno de nuestros más importantes creadores, en esencia es un comunicador que necesita que su interlocutor, además de escucharlo, lo comprenda para, con esa energía, siga influyendo en su obra. Que los dos eventos mencionados coincidan en la frontera de ambos milenios, es casi un recordatorio para aquellos que quieren dar la espalda al fenómeno del aislamiento social e individual a que lleva la globalización, eliminando de por sí la calidez y humanidad del contacto directo. Es también, por qué no expresarlo, ocasión para un reconocimiento al artista cuya ética, en esta era de incomunicación, sigue en una búsqueda tanto de creación como de entendimiento con ese público que, con sus pequeñas historias, interviene en las necesidades de la Historia. Manuel Fernández Figueroa Alfredo Sosabravo. Nace en Sagua La Grande, (antigua Provincia de Las Villas), el 25 de octubre de 1930. A los once años se radica con su padre en La Habana, realizando múltiples trabajos desde esa temprana edad. En 1950 visita una exposición de su coterráneo Wifredo Lam, y ello lo inclina para siempre en su vocación de pintor. A mediados de esa década matricula en el horario nocturno de la Escuela Anexa a San Alejandro, mientras trabaja en el hotel Telégrafo. Dos cursos serán su único aprendizaje académico. Por esa época conoce a Acosta León, quien fuera su principal mentor en los primeros pasos en la pintura, efectuando su primera exposición personal en 1958. Un año después comienza una etapa ininterrumpida de exposiciones, a la par que incursiona en nuevas técnicas que le permiten diversificar su creación; así como inicia una larga carrera de premiaciones, la primera de ellas: Adquisición en el Salón Nacional de Grabados de 1960. Tras recibir varios premios nacionales, en 1967 gana el Premio Internacional en la 1ra. Bienal de Gráfica de Ljubjana. En 1973 concluye y ubica un enorme mural de cerámica en el Hotel Habana Libre, destacándose como uno de los maestros de esta manifestación desde entonces. En 1976 recibe el Diploma de Honor en la V Bienal Internacional de Cerámica de Arte de Vallauris. Dos años después otro diploma de Honor en la II Cuadrienal de Artes Aplicadas en Erfurt. Obtiene numerosas distinciones nacionales entre las que se destacan la Medalla Alejo Carpentier, la Orden Félix Varela de 1er. Grado, la Distinción por la Cultura Nacional. En 1997 se le confiere el más alto galardón: el Premio Nacional de Artes Plásticas. Cumple sus setenta años con una amplia muestra antológica que incluye sus obras más recientes, entre ellas las esculturas de cristal ejecutadas en Murano, Italia. Esta retrospectiva es fiel exponente de la intensa búsqueda que siempre se impone en su labor creacional y lo reafirma como uno de los más notables maestros de la plástica cubana.
Artículo tomado de: El Siglo XXI En Sosabravo.

1 comentario:

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