Debemos suponer que el mismo es castellanizado por el Padre Fray Bartolomé de las Casas en sus crónicas cuando pasó navegando por la boca del caudaloso río Sagua en 1511 en viaje rumbo a Matanzas. Iba e en misión de rescate de un español cautivo en aquella región acompañando al sanguinario Pánfilo de Narváez después que este provocara la criminal matanza de Caonao. Al navegar por el lugar en canoas aborígenes y preguntarle a los traductores autóctonos que lo acompañaban por el nombre del río, estos dieron su versión en lengua aruaca y el noble fraile anotó castellanizadamente que viajaban sobre el río Sagua Grande para diferenciar en el apunte la otra anotación hecha anteriormente sobre otro río más pequeño existente hacia el Este al que ya había denominado Sagua Chica.
A partir de entonces la región existente entre los dos ríos se conoció por mucho tiempo como Las Dos Saguas.
Debemos de inferir entonces que al fundarse el poblado de Sagua la Grande trescientos años después este tomaría el nombre del río, por haberse levantado en un punto seleccionado en ambas márgenes del mismo, agregándosele el artículo “la” para su definitiva castellanización.
Existen documentos históricos que atestiguan la llegada a la zona antes de 1563 de cortadores reales de maderas preciosas, enviados por el Rey de España Felipe II, quien estaba enfrascado en construir cerca de Madrid un templo a la grandeza de su reinado: “El Escorial”, celebrando a la vez sus victorias militares. Dicha edificación porta una buena parte de las maderas de Sagua. Aquí cortaron madera en abundancia la cual sacaban en balsas por el río Sagua hasta su desembocadura y de allí la embarcaban por mar.
En 1590 se asienta en el territorio el primer español conocido por su nombre: Don Alonso de Cepeda, proveniente de Sancti Spíritus, después de haber recibido una Merced de tierra en el lugar conocido por Sabana Grande. Allí fundó el Hato de la Jumagüa y la hacienda Sabana de Sagua en el lugar conocido hoy como poblado de Jumagüa.
La costumbre de repartir tierras entonces era de manera circular y su centro estaba en el mencionado poblado. Aun se pueden apreciar en hojas cartográficas actuales algunas de las partes de la enorme circunferencia que perduran por los árboles sembrados generación tras generación en los antiguos linderos. Aun perduran en la región nombres de poblados con aquellas formas de reparticiones de tierras: Hatillo, Corralillo, Sitiecito, Sitio Grande.
Hasta finales del siglo XVI se cortó mucha madera en la zona. Después de la construcción del Escorial, Felipe II insistió en construir en los astilleros reales de La Habana la famosa Armada Invencible y además de este fin, la buena madera sagüera permitió la fabricación de muchas de las grandes mansiones habaneras.
Aunque los cortes reales fueron abandonados en el siglo XVII y buena parte del XVIII, en 1770 se reiniciaron en Sitiecito y Alacranes con cuadrillas de leñadores que vinieron esta vez acompañados de sus esposas. Uno de estos matrimonios integrado por Doña Gertrudis de los Santos y Don Cristóbal González se establece definitivamente en esa fecha en el área que hoy ocupa el Parque de la Independencia.
Al producirse nuevos cortes de madera en 1780 en las cercanías de la Hacienda de la Jumagüa, ocurren nuevos desprendimientos de colonos que se establecen junto al matrimonio ya establecido anteriormente, dando un definitivo impulso al engrosamiento del caserío inicial, cuyos propietarios dependían económicamente de cultivos de subsistencia para dar un carácter humilde a esta etapa de fundación.
En 1796, estimulados por el crecimiento del poblado lograron permiso para oficiar misa en las casas de los moradores, hecho que ocurrió en el lugar conocido por Isla Verde, de exuberante belleza, existente entre el río y el pequeño estero que aún perdura en el lugar.
La aglomeración de personas atrajo a las goletas habaneras interesadas en venderles artículos necesarios para la vida más civilizada y el comercio se estableció en base al intercambio por los productos locales tales como cueros, tabaco y otros productos naturales. El nombre por el que se conocía entonces el incipiente caserío era el de “El Embarcadero”, pero aun no poseía ningún orden urbano.
En 1800 ya existe donde nace la calle Padre Varela un atracadero de goletas que provienen de la Habana y cierto aire comercial en ese lugar, recibiendo el poblado por ello el nombre del Embarcadero, el cual según los documentos de época tenía aun muy pobre aspecto y un escaso número de casas de embarrado y guano que no tenían ni orden ni concierto.
¿Por qué precisamente esta lugar para establecer un caserío? La respuesta está en la aguada, ubicada en Isla Verde donde hoy nace la calle de Clara Barton, único lugar del río donde se podía acceder al río con facilidad para proveerse del vital líquido, el cual era entonces limpio y potable.
En 1806 llega a este lugar Don Juan Caballero con su esposa y tres hijas y se establece en Isla Verde. Este señor venía con la intención de fundar un pueblo y para lograrlo repartió pequeñas parcelas para atraer nuevos colonos dándoles un orden hasta cierto punto urbanístico que conformó el primer trazado de lo que llegarían a ser después las primeras calles del poblado e inmediatamente comenzó las gestiones para construir una pequeña iglesia.
Sagua no tenía aun ni un cementerio para enterrar a sus muertos y estos había que llevarlos a Quemado de Güines.
Existió una vieja polémica, hoy casi olvidada, entre dos historiadores locales, quienes con gran rivalidad profesional, defendieron dos criterios históricos muy diferentes sobre la fundación de la ciudad.
José E. Pérez, más conocido por el sobrenombre de Pepe Hillo, periodista y pedagogo local de renombre siempre planteó con vehemencia que Sagua no fue fundada el 8 de diciembre de 1812 como aseveraba el otro, porque según él, ya Sagua existía mucho antes de esa fecha y por lo tanto se desconocían los datos oficiales al respecto.
Por su parte, de manera opuesta, el destacado periodista Antonio Miguel Alcover, siempre defendió el criterio de la fundación oficial el 8 de diciembre de 1812 con la inauguración de una pequeña y humilde ermita o capilla y la celebración en ella de una misa en honor de la Purísima Concepción, patrona del pueblo, como era costumbre entonces entre los colonizadores españoles.
Consideramos que Alcover tenía la razón porque el acto como tal fue notable y se aprovechó como señal de fundación, sentimiento que antes no existía entre los cerca de 200 pobladores que allí se congregaron ese día. Los sagüeros de entonces tomaron conciencia del hecho por la relevancia que tenía para sus vidas.
Los sagüeros de todos los tiempos deberán agradecer eternamente a Don Juan Caballero el tesón y la constancia que mostró en fundar un pueblo desde el mismo momento en que con toda su familia se estableció en este punto geográfico en 1806. Solo él, apasionado por esa idea, llevó a cabo la repartición de pequeñas parcelas para atraer a nuevos pobladores, infundiendo un incipiente sentido urbanístico a aquel desordenado caserío que encontró a su llegada, para proyectarlo con ese acto hacia el futuro. A él se debe también la iniciativa de gestionar el permiso ante las más altas autoridades eclesiásticas de la Colonia para construir la ermita y organizar el acto fundacional en el lugar escogido de antemano.
El lugar era el más apropiado para ello pues ocupaba la parte más elevada de la margen izquierda del río, a salvo de sus peligrosas crecidas. Era además la parte más céntrica del naciente caserío, lugar donde ya se conformaba la importante plaza del mercado, hoy Parque de la Independencia. De ahí nacía también el camino que conducía a la aguada del río, la cual abastecía de agua potable a todos habitantes del caserío. Ese mismo camino, cruzando el río por la aguada y subiendo un leve declive, conectaba con los pobladores que se habían asentado en la margen opuesta y enrumbando a la derecha conducía hacia Santa Clara, centro político-administrativo del cual dependía Sagua por entonces. Ese núcleo poblacional inicial influiría posteriormente sobre todas las tendencias del crecimiento urbano surgidas al calor del desarrollo económico, político y social ascendente del poblado.
Se hace muy difícil definir en qué preciso momento surgen las primeras calles de un pueblo. En el caso específico de Sagua, el propio quehacer rutinario impuesto por la necesidad de transitar un día tras otro para resolver los problemas vitales de la comunidad recién formada hizo que se fueran trazando los primeros tramos rústicos de vías públicas en forma de simples callejones, polvorientos o enlodados según la época del año, los cuales se iban ensanchando y mejorando paulatinamente en la medida en que crecía el interés económico, político o social de quienes los utilizaban diariamente.
Hacia 1825, las 74 casas y establecimientos que ya existían en el poblado ya conformaban un área que abarcaba más o menos el espacio comprendido entre el río y las actuales calles de Maceo, Colón y Clara Barton, espacio geográfico este en el cual las vías más transitadas comenzaban a ser bautizadas con nombres que expresaban los anhelos y los sentimientos de los sagüeros de entonces. Así tenemos que Maceo se conocía por Estrella , Ribera por el mismo nombre, Luz Caballero por Esperanza, Clara Barton por Progreso y Padre Varela por Cruz. Es importante destacar que nunca sabremos el momento exacto en que comenzaron a llamarse así
Todas las indagaciones históricas realizadas hasta el momento, nos hacen suponer que Progreso, hoy Clara Barton, desde la aguada del río hasta la calle de Colón, haya sido la más antigua de todas.
A partir de entonces la región existente entre los dos ríos se conoció por mucho tiempo como Las Dos Saguas.
Debemos de inferir entonces que al fundarse el poblado de Sagua la Grande trescientos años después este tomaría el nombre del río, por haberse levantado en un punto seleccionado en ambas márgenes del mismo, agregándosele el artículo “la” para su definitiva castellanización.
Existen documentos históricos que atestiguan la llegada a la zona antes de 1563 de cortadores reales de maderas preciosas, enviados por el Rey de España Felipe II, quien estaba enfrascado en construir cerca de Madrid un templo a la grandeza de su reinado: “El Escorial”, celebrando a la vez sus victorias militares. Dicha edificación porta una buena parte de las maderas de Sagua. Aquí cortaron madera en abundancia la cual sacaban en balsas por el río Sagua hasta su desembocadura y de allí la embarcaban por mar.
En 1590 se asienta en el territorio el primer español conocido por su nombre: Don Alonso de Cepeda, proveniente de Sancti Spíritus, después de haber recibido una Merced de tierra en el lugar conocido por Sabana Grande. Allí fundó el Hato de la Jumagüa y la hacienda Sabana de Sagua en el lugar conocido hoy como poblado de Jumagüa.
La costumbre de repartir tierras entonces era de manera circular y su centro estaba en el mencionado poblado. Aun se pueden apreciar en hojas cartográficas actuales algunas de las partes de la enorme circunferencia que perduran por los árboles sembrados generación tras generación en los antiguos linderos. Aun perduran en la región nombres de poblados con aquellas formas de reparticiones de tierras: Hatillo, Corralillo, Sitiecito, Sitio Grande.
Hasta finales del siglo XVI se cortó mucha madera en la zona. Después de la construcción del Escorial, Felipe II insistió en construir en los astilleros reales de La Habana la famosa Armada Invencible y además de este fin, la buena madera sagüera permitió la fabricación de muchas de las grandes mansiones habaneras.
Aunque los cortes reales fueron abandonados en el siglo XVII y buena parte del XVIII, en 1770 se reiniciaron en Sitiecito y Alacranes con cuadrillas de leñadores que vinieron esta vez acompañados de sus esposas. Uno de estos matrimonios integrado por Doña Gertrudis de los Santos y Don Cristóbal González se establece definitivamente en esa fecha en el área que hoy ocupa el Parque de la Independencia.
Al producirse nuevos cortes de madera en 1780 en las cercanías de la Hacienda de la Jumagüa, ocurren nuevos desprendimientos de colonos que se establecen junto al matrimonio ya establecido anteriormente, dando un definitivo impulso al engrosamiento del caserío inicial, cuyos propietarios dependían económicamente de cultivos de subsistencia para dar un carácter humilde a esta etapa de fundación.
En 1796, estimulados por el crecimiento del poblado lograron permiso para oficiar misa en las casas de los moradores, hecho que ocurrió en el lugar conocido por Isla Verde, de exuberante belleza, existente entre el río y el pequeño estero que aún perdura en el lugar.
La aglomeración de personas atrajo a las goletas habaneras interesadas en venderles artículos necesarios para la vida más civilizada y el comercio se estableció en base al intercambio por los productos locales tales como cueros, tabaco y otros productos naturales. El nombre por el que se conocía entonces el incipiente caserío era el de “El Embarcadero”, pero aun no poseía ningún orden urbano.
En 1800 ya existe donde nace la calle Padre Varela un atracadero de goletas que provienen de la Habana y cierto aire comercial en ese lugar, recibiendo el poblado por ello el nombre del Embarcadero, el cual según los documentos de época tenía aun muy pobre aspecto y un escaso número de casas de embarrado y guano que no tenían ni orden ni concierto.
¿Por qué precisamente esta lugar para establecer un caserío? La respuesta está en la aguada, ubicada en Isla Verde donde hoy nace la calle de Clara Barton, único lugar del río donde se podía acceder al río con facilidad para proveerse del vital líquido, el cual era entonces limpio y potable.
En 1806 llega a este lugar Don Juan Caballero con su esposa y tres hijas y se establece en Isla Verde. Este señor venía con la intención de fundar un pueblo y para lograrlo repartió pequeñas parcelas para atraer nuevos colonos dándoles un orden hasta cierto punto urbanístico que conformó el primer trazado de lo que llegarían a ser después las primeras calles del poblado e inmediatamente comenzó las gestiones para construir una pequeña iglesia.
Sagua no tenía aun ni un cementerio para enterrar a sus muertos y estos había que llevarlos a Quemado de Güines.
Existió una vieja polémica, hoy casi olvidada, entre dos historiadores locales, quienes con gran rivalidad profesional, defendieron dos criterios históricos muy diferentes sobre la fundación de la ciudad.
José E. Pérez, más conocido por el sobrenombre de Pepe Hillo, periodista y pedagogo local de renombre siempre planteó con vehemencia que Sagua no fue fundada el 8 de diciembre de 1812 como aseveraba el otro, porque según él, ya Sagua existía mucho antes de esa fecha y por lo tanto se desconocían los datos oficiales al respecto.
Por su parte, de manera opuesta, el destacado periodista Antonio Miguel Alcover, siempre defendió el criterio de la fundación oficial el 8 de diciembre de 1812 con la inauguración de una pequeña y humilde ermita o capilla y la celebración en ella de una misa en honor de la Purísima Concepción, patrona del pueblo, como era costumbre entonces entre los colonizadores españoles.
Consideramos que Alcover tenía la razón porque el acto como tal fue notable y se aprovechó como señal de fundación, sentimiento que antes no existía entre los cerca de 200 pobladores que allí se congregaron ese día. Los sagüeros de entonces tomaron conciencia del hecho por la relevancia que tenía para sus vidas.
Los sagüeros de todos los tiempos deberán agradecer eternamente a Don Juan Caballero el tesón y la constancia que mostró en fundar un pueblo desde el mismo momento en que con toda su familia se estableció en este punto geográfico en 1806. Solo él, apasionado por esa idea, llevó a cabo la repartición de pequeñas parcelas para atraer a nuevos pobladores, infundiendo un incipiente sentido urbanístico a aquel desordenado caserío que encontró a su llegada, para proyectarlo con ese acto hacia el futuro. A él se debe también la iniciativa de gestionar el permiso ante las más altas autoridades eclesiásticas de la Colonia para construir la ermita y organizar el acto fundacional en el lugar escogido de antemano.
El lugar era el más apropiado para ello pues ocupaba la parte más elevada de la margen izquierda del río, a salvo de sus peligrosas crecidas. Era además la parte más céntrica del naciente caserío, lugar donde ya se conformaba la importante plaza del mercado, hoy Parque de la Independencia. De ahí nacía también el camino que conducía a la aguada del río, la cual abastecía de agua potable a todos habitantes del caserío. Ese mismo camino, cruzando el río por la aguada y subiendo un leve declive, conectaba con los pobladores que se habían asentado en la margen opuesta y enrumbando a la derecha conducía hacia Santa Clara, centro político-administrativo del cual dependía Sagua por entonces. Ese núcleo poblacional inicial influiría posteriormente sobre todas las tendencias del crecimiento urbano surgidas al calor del desarrollo económico, político y social ascendente del poblado.
Se hace muy difícil definir en qué preciso momento surgen las primeras calles de un pueblo. En el caso específico de Sagua, el propio quehacer rutinario impuesto por la necesidad de transitar un día tras otro para resolver los problemas vitales de la comunidad recién formada hizo que se fueran trazando los primeros tramos rústicos de vías públicas en forma de simples callejones, polvorientos o enlodados según la época del año, los cuales se iban ensanchando y mejorando paulatinamente en la medida en que crecía el interés económico, político o social de quienes los utilizaban diariamente.
Hacia 1825, las 74 casas y establecimientos que ya existían en el poblado ya conformaban un área que abarcaba más o menos el espacio comprendido entre el río y las actuales calles de Maceo, Colón y Clara Barton, espacio geográfico este en el cual las vías más transitadas comenzaban a ser bautizadas con nombres que expresaban los anhelos y los sentimientos de los sagüeros de entonces. Así tenemos que Maceo se conocía por Estrella , Ribera por el mismo nombre, Luz Caballero por Esperanza, Clara Barton por Progreso y Padre Varela por Cruz. Es importante destacar que nunca sabremos el momento exacto en que comenzaron a llamarse así
Todas las indagaciones históricas realizadas hasta el momento, nos hacen suponer que Progreso, hoy Clara Barton, desde la aguada del río hasta la calle de Colón, haya sido la más antigua de todas.
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