"Una palabra no dice nada, y al mismo tiempo lo esconde todo"
Carlos Varela.
Carlos Varela.
Todos
esperaban atentos. La multitud expectante se desesperaba y aún los
ancianos no ocupaban su lugar frente a la aldea. Decenas de inquisidores
arreaban a las masas concentradas, como perros disponiéndolas para el
pastor. Llegan todos, llegan pulcros, llegan estirados, con caras
estiradas, con miradas censuradoras, rígidas. Quedan frente a todos
ocupados en sus notas y examinando a cada uno de los aldeanos citados en
el cónclave.
Ya el guión está en curso, cada personaje comienza a jugar su papel. Ancianos y súbditos continúan armoniosamente la danza. Inesperadamente alguien rompe el equilibrio del salón con una palabra inadvertida, todos se escandalizan, los aldeanos no entienden lo que sucede, les gusta esa palabra, pero los aldeanos airados intentan callar al desatinado que habla y habla y habla verdades, verdades, verdades. Habla sin miedo, deja libre palabras liberadas, veraces, limpias, altas.
La presión del silencio es insoportable, al final el guión nuevamente impone su curso, más allá del cónclave todos comparten en silencio aquella palabra imprudente.
Ya el guión está en curso, cada personaje comienza a jugar su papel. Ancianos y súbditos continúan armoniosamente la danza. Inesperadamente alguien rompe el equilibrio del salón con una palabra inadvertida, todos se escandalizan, los aldeanos no entienden lo que sucede, les gusta esa palabra, pero los aldeanos airados intentan callar al desatinado que habla y habla y habla verdades, verdades, verdades. Habla sin miedo, deja libre palabras liberadas, veraces, limpias, altas.
La presión del silencio es insoportable, al final el guión nuevamente impone su curso, más allá del cónclave todos comparten en silencio aquella palabra imprudente.
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