Por: Alberto González Rivero
La sagüera Concepción Campa Huergo nos recibió en uno de los salones del Instituto Finlay. El interés periodístico era obtener revelaciones inéditas de la llamada madre de la vacuna contra la meningitis meningocóccica, tipo B,creada en l987, única de su tipo en el mundo en aquel entonces
.Conchita, al evocar recuerdos de su tierra natal, rememoraba los juegos de muñecas que organizaba en su casa de la calle Máximo Gómez, junto a los niños del barrio, y su interés por revisar y curar a aquellos juguetes que ella suponía estaban enfermos.
Los científicos cubanos fueron los primeros en inocularse el preparado vacunal, el Vamengoc, y, sin tener la certeza de su eficacia, sacrificaron besos por caricias a sus pequeños hijos, pues “eran portadores de un bicho malo que les podía ocasionar una enfermedad grave”.
La doctora, que así es como la llaman en el Instituto Finlay, licenciada en bioquímica farmacéutica, fue una de las que convenció a su prole para que se inyectara primero que otros niños, pues el pinchazo le iba a quitar el peligro de contraer la enfermedad que ellos le tenían miedo.
No ocultó la campaña desatada alrededor de la eficacia del preparado vacunal cubano contra el Haemophilus influenzae, un flagelo universal, dicho así por quién fuera aquella niña que jugaba con muñecas y le obsesionaba tratar “al paciente”.
Esta mujer que arrancó unánimes aplausos en un congreso internacional sobre Nisserias Patógenas, efectuado precisamente en Atlanta, Estados Unidos.
La investigación científica la acogió para siempre en su laboratorio, buscando nuevas fórmulas, de ahí que nos mostrara frascos y botellones que contenían el placebo del preparado vacunal, conservando la Propiedad Intelectual del medicamento.
Mientras camina por el Instituto Finlay, la doctora combina su decisiva actuación en la medalla que le otorgó la Organización Mundial de la Salud al Vamengoc.
Y Conchita vuelve, cada vez que puede, para acariciar las muñecas que desde su infancia se propuso curar.
La sagüera Concepción Campa Huergo nos recibió en uno de los salones del Instituto Finlay. El interés periodístico era obtener revelaciones inéditas de la llamada madre de la vacuna contra la meningitis meningocóccica, tipo B,creada en l987, única de su tipo en el mundo en aquel entonces
.Conchita, al evocar recuerdos de su tierra natal, rememoraba los juegos de muñecas que organizaba en su casa de la calle Máximo Gómez, junto a los niños del barrio, y su interés por revisar y curar a aquellos juguetes que ella suponía estaban enfermos.
Los científicos cubanos fueron los primeros en inocularse el preparado vacunal, el Vamengoc, y, sin tener la certeza de su eficacia, sacrificaron besos por caricias a sus pequeños hijos, pues “eran portadores de un bicho malo que les podía ocasionar una enfermedad grave”.
La doctora, que así es como la llaman en el Instituto Finlay, licenciada en bioquímica farmacéutica, fue una de las que convenció a su prole para que se inyectara primero que otros niños, pues el pinchazo le iba a quitar el peligro de contraer la enfermedad que ellos le tenían miedo.
No ocultó la campaña desatada alrededor de la eficacia del preparado vacunal cubano contra el Haemophilus influenzae, un flagelo universal, dicho así por quién fuera aquella niña que jugaba con muñecas y le obsesionaba tratar “al paciente”.
Esta mujer que arrancó unánimes aplausos en un congreso internacional sobre Nisserias Patógenas, efectuado precisamente en Atlanta, Estados Unidos.
La investigación científica la acogió para siempre en su laboratorio, buscando nuevas fórmulas, de ahí que nos mostrara frascos y botellones que contenían el placebo del preparado vacunal, conservando la Propiedad Intelectual del medicamento.
Mientras camina por el Instituto Finlay, la doctora combina su decisiva actuación en la medalla que le otorgó la Organización Mundial de la Salud al Vamengoc.
Y Conchita vuelve, cada vez que puede, para acariciar las muñecas que desde su infancia se propuso curar.
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