jueves, 2 de agosto de 2012

Sagua la máxima. Mirada de Jorge Mañach Robato

Hoy quiero compartir con todos los lectores de Sagua Viva un regalo que nos hiciera un hijo ilustre de la Villa del Undoso, aquí les dejo algunos fragmentos del texto "Sagua la Máxima" del sagüero Jorge Mañach Robato.


Ha llovido lacrimosamente toda la tarde. Para ser bueno, pienso, como los compostelanos, que esto debe ser una coquetería de la villa. El agua ha llenado los aljibes, ha fregado las losas de la plaza, ha dejado maravillosamente blanca la estatua del gran Albarrán. Las copas de las palmas, en el parque, tienen bajo la lluvia un gesto de abatimiento.
Arquitectónicamente, el más optimista amador de lo viejo no sabría loarla; pero es un encanto su misma modestia evangélica, y sobre todo, sus campanas, estas campanas que no son precisamente las siempre lentas, solemnes, sonoras o monjiles de Azorín, sino que suenan hondo como una cuerda de guitarra, atropelladas como en alarma, optimistas o fúnebres,  netas a veces, y a veces como si estuvieran gloriosamente rotas.
En sugestividad fonética, las campanas de Sagua no tienen rival, como no sean los timbres de los coches. Gracias a Dios, estamos aquí libres de los bocinazos capitalinos, el Ford es rara avis; apenas hay sino estos viejos vehículos de hules y correaje que el sol ha vuelto pardos, cocheros de arbitrario indumento; timbres inefablemente discretos, plácidos, íntimos, como los píos de los gorriones tras la lluvia.La población, como cumple a su destino trascendental, está tendida entre la línea ferroviaria y el Río. Algún pequeño filósofo amigo hubiera  admirado el casi perfecto paralelismo de estas rutas…. El puente es un Brooklyn minúsculo, una arqueada urdimbre de despintado hierro. Un silencio opaco de siesta, turbado apenas por el tenue timbrazo de los coches, que baja de la villa, envuelve el aledaño de la “Tierra del sol amada”.
Por lo pronto, he aquí una villa pulcra y luminosa. Limpia y clara, aun bajo esta menuda lluvia dominguera, que ha velado melancólicamente el parque.  Pero esta mañanita, reciente aún el amanecer, ¡qué nítida precisión la del caserío! ¡Qué deslumbramiento tropical en la retina! ¡Qué inexorable reverberación en las calles blancas! Es acaso la sensación más neta que se guarda de nuestra tierra: La luz.  “Tacita de plata”  llaman a la Villa. Así de receptiva, brillante y pulcra.

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