En reciente entrevista que me realizara un periodista de la redacción de Vanguardia en Villa Clara sobre el tema de la pugna sin sentido que enfrentan los auténticos procesos culturales ante la pseudocultura que se propaga como germen en todos los estratos de la creación, emití algunos criterios que deseo compartir íntegramente con los lectores de este sitio:
La cultura y la seudocultura
En todas las ramas del arte existe quien crea y quien reproduce, existe a quien le nace la creación y quien produce como autómata por el beneficio de la creación. La masificación de la cultura se convirtió en un mito que en muchos casos patentizó procesos speudoculturales como auténticos.
El problema consiste en aclarar ¿Qué clase de cultura predomina hoy en el mundo? ¿Qué ocurre con ella?... ¿Cómo es el hombre que la hace?... ¿Cómo nos insertamos en ella?... ¿Cuál es la responsabilidad que somos capaces de asumir?
Podemos decir que la cultura es la medida de lo humano en el hombre, de su formación como un ser universalmente activo y universalmente social y comprometido. Aún cuando los hacedores de la cultura sean personas de las más diversas procedencias sociales.
En todas las ramas del arte existe quien crea y quien reproduce, existe a quien le nace la creación y quien produce como autómata por el beneficio de la creación. La masificación de la cultura se convirtió en un mito que en muchos casos patentizó procesos speudoculturales como auténticos.
El problema consiste en aclarar ¿Qué clase de cultura predomina hoy en el mundo? ¿Qué ocurre con ella?... ¿Cómo es el hombre que la hace?... ¿Cómo nos insertamos en ella?... ¿Cuál es la responsabilidad que somos capaces de asumir?
Podemos decir que la cultura es la medida de lo humano en el hombre, de su formación como un ser universalmente activo y universalmente social y comprometido. Aún cuando los hacedores de la cultura sean personas de las más diversas procedencias sociales.
En cuanto al producto pseudocultural, debemos asumirlo, aún en Cuba, como un producto “intelectual” regido por las normas del mercado y de los diferentes mecanismos de poder, comparable con una golosina de fina envoltura y con sabores bien definidos, saturados en azúcares de fácil digestión y de vida cortamente útil, provocando que el paladar pierda la capacidad de procesar esas grasas pesadas que le dan vida a largo plazo. (Entiéndase los azúcares como pseudocultura y la verdadera cultura como las grasas que ha de procesar el organismo)
Lamentablemente vivimos en un mundo donde se globaliza esa mediocridad intelectual que va a parar generalmente a las manos de quien tiene el dinero o el poder para propagarlo por las grandes masas, con un discurso literario, musical, plástico y hasta filosófico, preparado ellas. No podemos pensar sólo es ese producto pseudocultural que surge al doblar la esquina, pues las distancias universales cada vez son más cortas y el show llega a la puerta del hogar por las más diversas vías.
Adorno y Horkheimer, por consiguiente, definirán la Pseudocultura como
el nuevo modelo cultural surgido de los "mass-media" y de las industrias
dedicadas a la creación de mensajes estandarizados y al ocio de las
enormes Masas organizadas mediante la Sociedad de Consumo, pero que
efectúa un rebajamiento de los procesos intelectuales y sensitivos del
receptor-consumidor.
Nos desgastamos, hablamos, trazamos políticas y al final terminamos en el mismo laberinto que cortésmente y con todo tipo de destellos puso en nuestro camino el mercado y todas esas macabras necesidades del poder.
La cultura y los medios de comunicación.
Somos seres mediáticos en una sociedad compleja y participamos, lo queramos o no, en un proceso cultural que no puede entenderse al margen de los medios de comunicación. Los necesitamos para saber lo que ocurre, para seguir nuestras pautas culturales y de conducta; para interactuar con nuestros semejantes, conocer gran parte de los saberes que van a construir nuestras opiniones y encaminar nuestras actuaciones y, en definitiva, para intentar entender el mundo en el que vivimos.
Específicamente si hablamos de la difusión cultural en nuestro medios, debemos entender que, aún cuando exista un convenio de trabajo entre el Ministerio de Cultura y el ICRT, la realidad se impone directamente en el proceso de producción de los espacios televisivos o radiales, medio artístico que también pasa por el tamiz de la “cultura o pseudocultura” de quien crea una obra de arte o quien solo la reproduce, dejando mucho que desear en ocasiones, y aún cuando existan filtros, asesores o regulaciones, el creador de radio y televisión se convierte en un simple difusor de aquello que tal vez, con mejor claridad comprenda. No digo que sea una generalidad, pero lamentablemente existe ese “realizador a medias” en todos los niveles del ICRT, ya sea en un municipio alejado de los grandes centros culturales o en el centro de la capital en un medio de difusión nacional. Por tal motivo la mirada no debe descansar en aquello impuesto para controlar, sino en aquello destinado a crear, y ¿cómo valorar si el creador es realmente un artista que sabe discernir entre un producto cultural o seudocultural, si, por solo citar un ejemplo, en los medios dejaron de cumplir su roll las evaluaciones artísticas y ya cualquiera medianamente preparado puede asumir el papel de un realizador de radio y televisión? Todo esto sin analizar el peso que ejercen las más sórdidas necesidades humanas, las cuales, inevitablemente, también influyen. La situación actual ya la avizoraba Oscar Luís López en su texto “La Radio en Cuba”:
Nos desgastamos, hablamos, trazamos políticas y al final terminamos en el mismo laberinto que cortésmente y con todo tipo de destellos puso en nuestro camino el mercado y todas esas macabras necesidades del poder.
La cultura y los medios de comunicación.
Somos seres mediáticos en una sociedad compleja y participamos, lo queramos o no, en un proceso cultural que no puede entenderse al margen de los medios de comunicación. Los necesitamos para saber lo que ocurre, para seguir nuestras pautas culturales y de conducta; para interactuar con nuestros semejantes, conocer gran parte de los saberes que van a construir nuestras opiniones y encaminar nuestras actuaciones y, en definitiva, para intentar entender el mundo en el que vivimos.
Específicamente si hablamos de la difusión cultural en nuestro medios, debemos entender que, aún cuando exista un convenio de trabajo entre el Ministerio de Cultura y el ICRT, la realidad se impone directamente en el proceso de producción de los espacios televisivos o radiales, medio artístico que también pasa por el tamiz de la “cultura o pseudocultura” de quien crea una obra de arte o quien solo la reproduce, dejando mucho que desear en ocasiones, y aún cuando existan filtros, asesores o regulaciones, el creador de radio y televisión se convierte en un simple difusor de aquello que tal vez, con mejor claridad comprenda. No digo que sea una generalidad, pero lamentablemente existe ese “realizador a medias” en todos los niveles del ICRT, ya sea en un municipio alejado de los grandes centros culturales o en el centro de la capital en un medio de difusión nacional. Por tal motivo la mirada no debe descansar en aquello impuesto para controlar, sino en aquello destinado a crear, y ¿cómo valorar si el creador es realmente un artista que sabe discernir entre un producto cultural o seudocultural, si, por solo citar un ejemplo, en los medios dejaron de cumplir su roll las evaluaciones artísticas y ya cualquiera medianamente preparado puede asumir el papel de un realizador de radio y televisión? Todo esto sin analizar el peso que ejercen las más sórdidas necesidades humanas, las cuales, inevitablemente, también influyen. La situación actual ya la avizoraba Oscar Luís López en su texto “La Radio en Cuba”:
“Los artistas, sometidos a intensa competencia individual, tratan de superarse. Pero, alejados ya de los viejos maestros de la escena, y faltos de un método y un centro orientador del arte radial, recurren a la improvisación y al autodidactismo. El resultado es un caos de tendencias, estilos y formas de actuar, en medio del cual no se fijan patrones de calidad. Una misma figura tiene momentos de genial actuación, seguidos de errores elementales y hábitos viciados.”
Hacer radio y televisión es hacer arte y la deben hacer verdaderos artistas, aún cuando en ellas “floten” los típicos mediocres de mente y de profesión, que también se mantienen navegando en otras manifestaciones y lamentablemente son difundidos. En la cotidianeidad queda la pseudocultura, y el proceso cultural realmente auténtico trasciende porque logra ser contemporáneo.
¿Importante?
La cultura marca hoy todo con un rasgo de semejanza. Cine, radio y revistas constituyen un sistema. Cada sector está armonizado en sí mismo y todos entre ellos. Esto conduce a que el poder de la industria cultural sobre los consumidores este mediatizado por la diversión, ya que, la mecanización ha adquirido tal poder sobre el hombre que disfruta del tiempo libre y este determina tan íntegramente la fabricación de los productos para la diversión. En síntesis, la razón de ser de la Industria Cultural es articular la conciencia social en torno a los intereses del grupo dominante y del estilo de vida del consumo.
Concebir a la radio y la televisión como centros productores y reproductores de arte implica comprender las complejidades sociales en las cuales se desenvuelven y decantar entre aquello que es capaz desde su génesis de crecer como hecho cultural realmente válido. Un instructor de arte guitarra en mano quizás llegue a emular con Silvio Rodríguez, un egresado del ISA con una mochila cargada de saberes tal vez engrose la larga lista de mercachifles culturales. Toca entonces a los verdaderos creadores audiovisuales asumir el riesgo y promover el producto cultural realmente auténtico.
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