Recuerdo que el primer programa de radio que escribí y dirigí fue dedicado a los sobrevivientes de las bombas lanzadas en Hiroshima y Nagasaki, el 6 y el 9 de agosto de 1945. Aquellos testimonios realmente me conmovieron, pues no encontré ni encuentro razón para tal holocausto, para tal matanza de seres humanos. Las escalofriantes narraciones de lo sucedido se convirtieron en imágenes en mi cabeza y de ellas salió el espacio “La pesadilla nuclear”. Aquellas historias en la voz de los locutores, con el apoyo de los testimonios en español de un sobreviviente y el tratamiento sonoro adecuado, permitieron que el recuerdo de la tragedia se hiciera vivencial y aún puedo escuchar algunos de los fragmentos del mismo. Lamentablemente la cinta original quedó perdida en el tiempo, pues hace casi 20 años de su realización, pero aún conservo algunos de estos testimonios y hoy creo que es el día correcto para compartirlos con todos los lectores de este sitio.
Etsuko Kanemitsu
"‘¿Por qué han parado la alarma si todavía puedo ver el avión que nos ataca en el cielo?’, me pregunté cuando las sirenas dejaron de sonar sobre Hiroshima y el Enola Gay volaba sobre nosotros. Miré hacia arriba una vez más y una luz cegadora me quemó el rostro. Una gran fuerza me empujó varios metros y caí al suelo del patio del instituto donde estudiaba. Caí de frente y al levantarme pude comprobar que mi pecho y la parte delantera de mi cuerpo, salvo el rostro, estaban intactos. Pero toda la ropa había desaparecido de la parte trasera de mi cuerpo y la piel de mi espalda ya no estaba. Miré a mi alrededor y todo lo que hacía unos segundos estaba allí había desaparecido, incluidas las compañeras que formaban en el patio.
Me llevé las manos a la cabeza y no tenía cabello, sólo carne quemada. ¿Dónde estoy?, me pregunté. Sólo sobrevivimos cuatro de las 50 estudiantes que estábamos fuera de las aulas en el momento de la tremenda explosión. No recuerdo cómo llegué a casa.
Mi madre consiguió un médico, pero él dijo que no tenía muchas posibilidades de salir adelante con vida y que era mejor que se esforzara en otros heridos menos graves. Mi madre no quiso escucharle y le suplicó: ‘Póngale aceite en el rostro, es una chica y necesita que se la pueda mirar a la cara o no tendrá ningún futuro’. El dolor que sentía era insoportable y tardé varios meses en recuperarme. A mi hermana nunca la encontramos.
Hiroko Hatakeyama
"El día que cayó la bomba me encontraba en el colegio de primaria Nagatsuka, situado en una zona relativamente poco afectada. Nuestra casa estaba situada en la autopista de salida de la ciudad y una muchedumbre trataba de huir por la carretera con el cuerpo abrasado, muchos de ellos completamente desnudos y sedientos. ‘Agua, agua’, pedían. Nuestra casa se llenó de heridos y muchos murieron en el salón. Por el día tratábamos a los afectados con aceite, intentando calmar sus quemaduras, y por la noche quemábamos los cadáveres de los muertos junto al río. Mi hermano llegó moribundo tres días después. Tenía la boca negra y la piel quemada. El dolor era tan intenso que no podíamos siquiera tocarle. Murió en brazos de mi madre y marchamos a enterrarlo cuando empezó a llover. No sabíamos que era lluvia radiactiva y durante días dejamos que nos mojara. El barrio no había sido golpeado directamente por la bomba, pero por alguna razón fue el más afectado por la ‘lluvia negra’ posterior. Y así fue como empezamos a enfermar".
Yasuhiko Taketa
"Estaba esperando la llegada del tren en el andén de la estación de Yano cuando sentí que mis órganos internos empezaban a temblar y estaban a punto de explotar. El cielo pasó del color azul al amarillo y después al rojo. Una inmensa columna de fuego atravesaba el horizonte envuelta en una gigantesca nube en forma de hongo. Era una imagen terrible, pero a la vez de una belleza indescriptible. Desde entonces he pintado mil veces esa escena (muestra mientras habla una de las pinturas que acaba de presentar en una exposición en Nueva York) porque no puedo quitármela de la cabeza.
Un soldado me prestó unos prismáticos y fue entonces cuando me di cuenta de que bajo ese monstruo de fuego Hiroshima ardía con toda su población. No sabíamos lo que había pasado, pero minutos después empezaron a llegar personas completamente quemadas y desfiguradas que se protegían el rostro con las manos para que los ojos no se les salieran de las órbitas. Una de ellas se paró frente a mí y me llamó por mi nombre, pidiéndome agua a gritos, pero su cabeza se había hinchado y tenía tres veces el tamaño normal. Estaba irreconocible. Sólo supe que era mi mejor amiga cuando me dijo su nombre.
Pensé en volver a casa cuanto antes para comprobar si mi familia seguía bien. El tren nunca llegó a la estación. Caminé hasta llegar a casa y me encontré a mi madre entre las ruinas de lo que fue nuestro hogar. Mi hermano yacía en la cama, completamente quemado. Gritaba: ‘Mamá, ayúdame’. Mi madre empezó a quitarle la ropa entre lágrimas y la piel se desprendía como un adhesivo, dejando su cuerpo en carne viva. Murió después de tres días de agonía".
Me llevé las manos a la cabeza y no tenía cabello, sólo carne quemada. ¿Dónde estoy?, me pregunté. Sólo sobrevivimos cuatro de las 50 estudiantes que estábamos fuera de las aulas en el momento de la tremenda explosión. No recuerdo cómo llegué a casa.
Mi madre consiguió un médico, pero él dijo que no tenía muchas posibilidades de salir adelante con vida y que era mejor que se esforzara en otros heridos menos graves. Mi madre no quiso escucharle y le suplicó: ‘Póngale aceite en el rostro, es una chica y necesita que se la pueda mirar a la cara o no tendrá ningún futuro’. El dolor que sentía era insoportable y tardé varios meses en recuperarme. A mi hermana nunca la encontramos.
Hiroko Hatakeyama
"El día que cayó la bomba me encontraba en el colegio de primaria Nagatsuka, situado en una zona relativamente poco afectada. Nuestra casa estaba situada en la autopista de salida de la ciudad y una muchedumbre trataba de huir por la carretera con el cuerpo abrasado, muchos de ellos completamente desnudos y sedientos. ‘Agua, agua’, pedían. Nuestra casa se llenó de heridos y muchos murieron en el salón. Por el día tratábamos a los afectados con aceite, intentando calmar sus quemaduras, y por la noche quemábamos los cadáveres de los muertos junto al río. Mi hermano llegó moribundo tres días después. Tenía la boca negra y la piel quemada. El dolor era tan intenso que no podíamos siquiera tocarle. Murió en brazos de mi madre y marchamos a enterrarlo cuando empezó a llover. No sabíamos que era lluvia radiactiva y durante días dejamos que nos mojara. El barrio no había sido golpeado directamente por la bomba, pero por alguna razón fue el más afectado por la ‘lluvia negra’ posterior. Y así fue como empezamos a enfermar".
Yasuhiko Taketa
"Estaba esperando la llegada del tren en el andén de la estación de Yano cuando sentí que mis órganos internos empezaban a temblar y estaban a punto de explotar. El cielo pasó del color azul al amarillo y después al rojo. Una inmensa columna de fuego atravesaba el horizonte envuelta en una gigantesca nube en forma de hongo. Era una imagen terrible, pero a la vez de una belleza indescriptible. Desde entonces he pintado mil veces esa escena (muestra mientras habla una de las pinturas que acaba de presentar en una exposición en Nueva York) porque no puedo quitármela de la cabeza.
Un soldado me prestó unos prismáticos y fue entonces cuando me di cuenta de que bajo ese monstruo de fuego Hiroshima ardía con toda su población. No sabíamos lo que había pasado, pero minutos después empezaron a llegar personas completamente quemadas y desfiguradas que se protegían el rostro con las manos para que los ojos no se les salieran de las órbitas. Una de ellas se paró frente a mí y me llamó por mi nombre, pidiéndome agua a gritos, pero su cabeza se había hinchado y tenía tres veces el tamaño normal. Estaba irreconocible. Sólo supe que era mi mejor amiga cuando me dijo su nombre.
Pensé en volver a casa cuanto antes para comprobar si mi familia seguía bien. El tren nunca llegó a la estación. Caminé hasta llegar a casa y me encontré a mi madre entre las ruinas de lo que fue nuestro hogar. Mi hermano yacía en la cama, completamente quemado. Gritaba: ‘Mamá, ayúdame’. Mi madre empezó a quitarle la ropa entre lágrimas y la piel se desprendía como un adhesivo, dejando su cuerpo en carne viva. Murió después de tres días de agonía".
No hay comentarios:
Publicar un comentario