jueves, 4 de septiembre de 2008

Orgullo de ser sagüero (Albarrán, Lam, Mañach)

Por Yoel Rivero Marín

El orgullo de ser sagüero no es un acto de chovinismo ni un mero alarde citadino. Es un indescriptible respeto hacia nuestra historia, aquella que han construido los hijos de esta tierra enclavada en el centro norte de Cuba. Hijos que aún cuando alcanzaron la gloria fuera de nuestras fronteras jamás desdeñaron su nacionalidad, jamás olvidaron a su patria chica. Ejemplos se pueden citar a cada paso pero creo que por ahora con estas tres muestras podemos tener una noción de la magnitud de este sentimiento que nos une a Sagua la Grande en cualquier rincón del mundo:
Albarrán:
“Si los azares de la vida me han hecho adoptar por patria a la gran nación francesa, nunca olvido que soy cubano y siempre tenderán mis esfuerzos a hacerme digno de la patria en que nací”. Con estas palabras del padre de la urología moderna, excelente clínico, histólogo, bacteriólogo y fisiólogo Joaquín Albarrán Domínguez acaparó la atención de su público el semanario francés “El Fígaro” en el año 1890. El doctor Joaquín Albarrán vivió entre dos siglos y aunque en el siglo XIX cimentó su prestigio, sus obras más reconocidas dentro del terreno de la urología vieron la luz en París a principios del siglo XX.
Desde su patria chica, Sagua la Grande donde nació el 9 de mayo de 1860, se trasladó hacia La Habana para cursar estudios en el Colegio de Belén. Luego cursó el bachillerato en Barcelona, España. La licenciatura y el doctorado en Medicina los realizó en la Universidad Central de Madrid y se graduó con sólo 18 años. Poco después se traslada a París donde en 1883 alcanza la plaza de Externo en los Hospitales y ya en 1892, a los 32 años tenía en sus manos el título de Profesor Agregado. En 1894 es Cirujano Jefe de los Hospitales de París y en el 98 es designado vicepresidente de la Sociedad Francesa de Urología. En el año 1906, después de premios y más nombramientos se le nombró Profesor titular de Clínica Urológica, es decir, a los 46 años alcanzaba la jerarquía más alta a que podía aspirar profesional alguno dentro de su perfil médico. Siempre sagüero y siempre cubano Albarrán se sintió orgulloso de la tierra donde nació, ¿Por qué no he de sentirme yo donde quiera que me encuentre?
Lam:
“Nunca me equivoqué contigo. Eres un pintor, un verdadero pintor, por eso te dije la primera vez que nos vimos que me recordabas a otro hombre: a mí”, así lo afirmó el autor de Guernica Pablo Picasso poco tiempo después de conocer al más universal de los pintores cubanos nacido en Sagua la Grande el 8 de diciembre de 1902, casualmente el mismo día en que su Villa natal cumplía 90 años de fundada Wilfredo Oscar de la Concepción Lam y Castilla, nuestro Wifredo Lam.
“Lam introdujo por primera vez en la pintura cubana la cultura negra, con sus mitos y símbolos”, ha señalado el especialista Juan Sánchez. Ese hombre de ascendencia china y africana, la mezcla perfecta de lo real maravilloso que planteó Carpentier se muestra en Lam en cuerpo, alma y obra. “La silla” (1942), “La jungla” (1942) son el perfecto manifiesto plástico del tercer mundo. Poco antes de morir conoció a otro sagüero genial que en el mundo de la plástica tiene mucho que mostrar aún, Alfredo Sosabravo, de él se sintió orgulloso porque sabía que Sagua la Grande aún tenía hijos ilustres. En sus 80 años recorrió el mundo y sus obras se encuentran en los salones más importantes del planeta y muchas ilustran textos de Antonin Artaud, André Breton, Aimé Cesarire y Garbriel García Márquez entre otros. Las vida de Lam será recogida con mayor detenimiento en próximos artículos de este mismo blog, pero para aquel que le interese su obra también puede recurrir al programa de radio “Un camino más allá de la Jungla”, realizado en su ciudad natal y con jóvenes que de esta nueva era que siguen sus pasos.
Mañach:
“No hay en las dos repúblicas prerrevolucionarias un intelectual que supere su margen de participación en la cosa pública. Los hombres de ideas como Fernando Ortiz Ramiro Guerra, Manuel Márquez Sterling, Medardo Vitier, Roberto Agramante, Juan Marinello y los grandes literatos como Nicolás Guillén, Alejo Carpentier, José Lezama Lima y Virgilio Piñeda siempre conservaron una zona de neutralidad profesional y estética, o bien se identificaron con doctrinas políticas muy definidas que les impedían una comprensión flexible de los asuntos domésticos. Mañach, en cambio, asumió la conciencia nacional como el objeto primero de su discurso y desde esta elección todo acto cultural o político de la nacionalidad se presentaba como un signo de su propio discurrir ideológico”, así habla Rafael Rojas en su ensayo sobre Jorge Mañach Robato, intelectual cubano nacido en Sagua la Grande, Las Villas, Cuba el 14 de febrero de 1898, en una casa ubicada en la actual galería de arte de esta ciudad. Realizó sus primeros estudios en Cuba y en 1907 salió para España en compañía de su familia. En sus glosas «Sagua la Máxima» y «Tierra del sol amada», publicadas en Glosas (1924), nos habla de su ciudad natal, de la cual se sintió eternamente orgulloso.
De la generación que cerró filas junto al Grupo Minorista, al que, por cierto, él denominó así, y que aplaudió la histórica Protesta de los trece, Mañach sobresale como uno de los ensayistas más brillantes y autorizados, con avales tan distintivos como “Indagación al choteo” (1928), “Pasado vigente” (1939) o “Historia y estilo” (1940). La riqueza de su vida y su obra cautiva a todo aquel que tiene el privilegio de adentrarse en ella, algo que sin dudas sugiero desde estas letras.
¿Quién no ha de sentir orgullo con este precedente en la historia de la ciudad donde nació?

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