Si la leyenda anterior tenía un halo trágico y horroroso para la de hoy les contaré una muy jocosa, la leyenda de “la poza de la vieja trabuco”, proveniente también del pasado histórico del poblado.
Donde nace la calle de Máximo Gómez, en el recodo que allí hace el río y muy cerca de los “chorrerones del hicacal”, también conocidos como “la chata”, existía un remanso del caudal que era ideal para el baño refrescante durante el verano.
Los muchachos acudían reiteradamente al lugar para bañarse y hacer todo tipo de travesuras, bullicio general y proferir todo tipo de palabrotas. Demás está decir que para introducirse en el río se quitaban toda la ropa. El lugar era entonces, a diferencia del presente, despoblado.
En lo alto del barranco de la margen derecha, existía una pequeña finca perteneciente a una señora nombrada Doña Rufina, de rudo aspecto varonil y muy famosa por emplear el hacha y los pesados arados como cualquier hombre. Famosa era también por el inseparable machete que colgaba enfundado en su cintura.
Lo cierto es que dicha señora nunca aceptó el bullicio y las groserías de los muchachos bañándose desnudos cerca de su casa, debido a lo cual los amenazaba constantemente y los perseguía tirándose incluso al río con ropa y todo para llegar nadando tras ellos hasta la margen izquierda.
Durante la huida, los traviesos adolescentes le gritaban improperios que ella también respondía muy molesta, porque estos reiteraban el de “vieja trabuco” aludiendo a su tosquedad física y voz gruesa, lo cual comparaban con un tosco fusil de época de igual nombre.
La reiteración diaria del hecho hizo que todo el pueblo bautizara a ese charco como “la poza de la vieja trabuco” y así se denominó por mucho tiempo hasta que la nombrada señora se mudó del lugar para siempre y la tal poza cayó en desuso al llenarse de sedimentos del río. Hoy nadie se acuerda de ella.
Donde nace la calle de Máximo Gómez, en el recodo que allí hace el río y muy cerca de los “chorrerones del hicacal”, también conocidos como “la chata”, existía un remanso del caudal que era ideal para el baño refrescante durante el verano.
Los muchachos acudían reiteradamente al lugar para bañarse y hacer todo tipo de travesuras, bullicio general y proferir todo tipo de palabrotas. Demás está decir que para introducirse en el río se quitaban toda la ropa. El lugar era entonces, a diferencia del presente, despoblado.
En lo alto del barranco de la margen derecha, existía una pequeña finca perteneciente a una señora nombrada Doña Rufina, de rudo aspecto varonil y muy famosa por emplear el hacha y los pesados arados como cualquier hombre. Famosa era también por el inseparable machete que colgaba enfundado en su cintura.
Lo cierto es que dicha señora nunca aceptó el bullicio y las groserías de los muchachos bañándose desnudos cerca de su casa, debido a lo cual los amenazaba constantemente y los perseguía tirándose incluso al río con ropa y todo para llegar nadando tras ellos hasta la margen izquierda.
Durante la huida, los traviesos adolescentes le gritaban improperios que ella también respondía muy molesta, porque estos reiteraban el de “vieja trabuco” aludiendo a su tosquedad física y voz gruesa, lo cual comparaban con un tosco fusil de época de igual nombre.
La reiteración diaria del hecho hizo que todo el pueblo bautizara a ese charco como “la poza de la vieja trabuco” y así se denominó por mucho tiempo hasta que la nombrada señora se mudó del lugar para siempre y la tal poza cayó en desuso al llenarse de sedimentos del río. Hoy nadie se acuerda de ella.
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