martes, 24 de abril de 2012

LA FLAUTA SOLITARIA.

Por: Alberto González Rivero.
Esta ciudad despertó un día con la gracia de su flautista de Hamelín .Ramón Cecilio Domingo Solís y Hernández recorría sus calles y hechizaba  a sus pobladores, al igual que el músico del cuento popular. Nació en la Villa el 1 de febrero de 1854 y a los 9 años ya comienza a asombrar al interpretar al flautín una ópera como “Los Marty”, de Donizetti.
Una plaga asolaba a la patria y durante la Guerra de Independencia de l895 se le ve organizando conciertos y otras presentaciones artísticas. Así, recauda fondos para apoyar la gesta emancipadora, pensada y organizada por José Martí. También visitó a los deportados a la isla de Celta y se enfrentó al movimiento separatista.

El joven salía a tocar y una muchedumbre entre culta y curiosa lo asediaba, tanto dentro como fuera de un teatro, para oír la novedad de aquel flautista solitario que era admirado por su calidad interpretativa y  bohemia inspiración. Tanto fue así, que se hizo una colecta pública y los sagüeros enviaron a Solís a estudiar al Real Conservatorio de Madrid. Los madrileños lo congratularon con la medalla de oro del conservatorio de la capital española. En ello tuvo mucho que ver la presencia en Sagua del violinista José White, quien advierte, acompañándolo al piano, del talento del instrumentista local.
Quizá si el Anfiteatro lleva su nombre es porque la crónica de la época refleja que, en una  ventisca de lo culto a lo popular, el juglar escogió este sitio para subyugar a sus pobladores, para que los aedas notaran que existen todavía muchos músicos errantes y muchos Hamelín por describir… presagios que lo llevaron a ser considerado por la crítica de América y Europa como el mejor flautista del mundo del siglo XIX.
 Es verdad que los historiadores todavía insisten en que Sagua se fundó a partir de una ermita que se hallaba en dicho coliseo, pero ese sonido indagatorio se vuelve más fluido cuando en él se reconocen los valores humanos del instrumentista y pedagogo, quien dedicó su fama y sus premios a las causas más nobles.
El célebre cantante italiano Romelio Diones y su padre llegan a la tierra natal del flautista. Diones, por supuesto, es muy aclamado por su actuación… pero su progenitor no podía creer lo que veía y le propone a Solís correr con los gastos para que viaje a Italia y complete su formación académica.
La melodía todavía se escucha en la casa donde nació Solís (antigua calle de Intendente Ramírez) mientras que el cortejo asume la tradición de seguir oyendo al  que se llevaba la fantasía en lontananza, como un halo de recuerdos perdurables.
Cuando hojeamos periódicos y otras remembranzas de la época, la  revelación ya aparecía en los titulares con enunciados tales como: “El flautista encantado” o “El músico sagüero que hechiza al público”, pues los reporteros, redactando detrás de la procesión callejera, eran presa de ese sensacionalismo pródigo de entonces, columnas muy abiertas para la farándula y otros asuntos no menos pacatos, capaces incluso de satanizar su  bienvenida
El alumno de Oriol Costa Sureda comenzó a brillar en París y en otros escenarios del mundo. La sonoridad se le iba afinando¨ laureado en Francia, condecorado con “ La Rosa Blanca”, en Brasil, y obtiene la “Orden del Cristo”, en Portugal. Exitosos son los vaticinios de White y consigue triunfos en Estados Unidos y en otros países. Sin embargo, cada premio era la muestra más itinerante de su añoranza por su querida Hamelín.
 Le parecía que caminaba por las calles de su Sagua, tocando la flauta, cuando se encendió un testimonio en la Ciudad Luz.
Los aplausos no cesaban en el teatro de la urbe gala.” Monsieur Solís, gracias por su arte”, desgranaba la experimentada crítica francesa.
Ocurrió que un ciego extendía el sombrero para recibir limosna de los traseúntes. La benevolencia se apoderó del artista cubano y no le bastó con escanciar unas pocas monedas en el “buscavida” del desamparado, polémico contraste en medio de un ambiente tan cultural como el de la capital gala.
Por esos días París era una fiesta con la presencia del  flautista. Entonces sacó el instrumento  y se puso a tocar en la vía. El compromiso establecido para su interpretación en un teatro debía esperar.
La música atrajo a mucho público, asombrado porque Solís actuaba en escenario tan singular .Los espectadores se sentían conmovidos, pues él dedicaba los acordes a aquel hombre al que quizás nadie  nunca había aplaudido.
Sin embargo, el personaje tuvo la oportunidad de vivir el clímax de un día en la fama. O mejor, de una fama compartida.
El gesto de Ramón Solís fue bendecido por los parisinos, al extremo que el invidente logró escuchar un concierto de monedas en su sombrero.
A su llegada a Sagua, con la misma humildad y la misma emoción de antaño, ofrece un concierto en el Teatro Uriarte y se gana la ovación. Igualmente dirige la Sociedad Coral y la Sección Lírica del Casino de Artesanos…
No se podrá aplaudir, sin embargo, que el flautista haya regresado a su pueblo con esos honores a cuesta y, en los últimos días de su existencia,  haya sido ignorado por los gobernantes y por todos aquellos que, lamentablemente, echaron a un lado la gloria que Solís, desde lo universal, le había dedicado al terruño.
Así ,irónicamente abandonado como al paria que auxilió en París, fallece el 10 de enero de 1891 ese músico y humanista, el que, abatido por el alcohol,  hasta llegó a desnudarse en cuerpo y alma por esas calles que él había dejado exhautas de tanta melodía y amor por su gente.

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