Llega el último mes del año y, conforme nos acercamos a sus días finales, el ambiente nos va llevando a un estado anímico muy especial. Algo flota en el aire y estamos más receptivos a nuestro entorno y a nuestro interior. Parece inevitable hacer un alto en el camino y revisar las acciones de los meses vividos, pero también es casi ineludible adelantar la mirada a lo que vendrá, con todas sus posibilidades y todas sus intenciones. Pero de repente ya no es el fin de año el que estamos viviendo, sino un anticipado año nuevo que, deslumbrante, nos brinda la oportunidad de volver a empezar y volver a intentarlo. Entonces agolpamos nuestra energía en plantearnos, por enésima y optimista vez, nuestros propósitos de año nuevo.
Se repite el “ritual” que hacemos año con año. Las personas suelen formular propósitos para mejorar sus vidas: hacer ejercicio, dejar de fumar, estudiar más, cambiar a un mejor trabajo, tener un mejor sueldo, pasar más tiempo con la familia... Los propósitos no son malos, lo malo es no esforzarse en cumplirlos por los motivos que sean. ¿Ya pensaron en qué aspectos quieren mejorar durante el próximo año? Tal vez aún hay tiempo para hacerlo, pero, el tiempo, como sabemos, es un bien no renovable. Es una oportunidad continua que recibimos día a día; pero que nos empeñamos en dejar pasar. A veces las festividades son esperadas con tanta antelación que la energía se queda en los preparativos y, cuando llega el día, casi pasa sin darnos cuenta. A este ritmo vamos viviendo y es una situación que se repite cada año. Así que tomémoslo con calma. Aún es tiempo de no adelantarnos al futuro con todas sus promesas y posibilidades y de evitar que pierda sentido lo vivido y los anhelos que de ello tuvimos. No hay que poner atención sólo en los propósitos que tal vez, nuevamente, no tendremos la tenacidad de cumplir; mejor revisemos las metas cotidianas que casi sin darnos cuenta hemos conseguido, reconociendo errores pero también aciertos. No hay que ver sólo lo que nos falta, sino valorar lo que tenemos. Reflexionemos y agradezcamos aquello que nos hace estar aquí, cada experiencia vivida en este año, sus motivaciones y sus enseñanzas. ¿Que nos falta mucho? ¡Claro que nos falta! Entre otras razones, por eso seguimos vivos. No seamos de los que sólo esperan el mañana para ser, para vivir, para decir, para amar, para agradecer. No. Vivamos el presente y seamos en él. Que esta época festiva sirva de recuento para agradecer todo aquello que a veces ya nos parece tan sabido que no valoramos, tan cotidiano que llegamos a dar por hecho que lo merecemos. El año que termina fue bueno, pero seguramente pudo ser mejor, con esa expectativa recibiremos el próximo, tendremos más experiencia para vivirlo con mayor plenitud.
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