jueves, 29 de septiembre de 2011

¡Baila Cholito!

Es domingo, en el parque “La Libertad” todos los fines de semana se dejan oír los acordes de la Banda Municipal. A la distancia desaparecen en el eclecticismo tan peculiar del centro de Sagua la Grande, ciudad ecléctica en cuerpo y alma. Todas las mañanas dominicales los músicos sacan los instrumentos de sus estuches y se hunden en la música para buscar refugio, tratando de escapar de esa multitud indiferente que pasa por las calles, concentrándose sólo en aquellos espectadores curiosos o asiduos, que detienen su andar. Con su arte lanzan un reto a la multitud y a la fuerza que convierte a los hombres en ella.
En esta mañana la mirada de los músicos atraviesa con frialdad la amorfa masa de personas congregadas en “La libertad”. Los ojos de un hombre pequeño en esa multitud parecen gritar. En el mismo parque está recogiendo latas vacías, pomos viejos, pedazos de cajas rotas y baila al compás de la Banda al encontrar casi intacta la edición del viernes del “Granma”, esa que ahora tiene muchas páginas.
- ¡Baila cholito!
Gritan en burla varios hombres jóvenes que permanecen sentados en los bancos, en la espera de que aquel ruido, armoniosamente pensado, desaparezca del parque.
- ¡Baila cholito!
Lo primero que salta a la vista no es sus ropas, más o menos decentes, sino sus miradas, que al parecer han sido producidas en serie en una monstruosa fábrica de frivolidad y están fijas en un punto que se pierde tras el ambiente de la discoteca de turno que los reúne como un culto etílico, de bolsillos llenos y de “móviles” que los hacen prácticamente inmóviles, disfrutando del que pasa, haciendo tiempo y más tiempo con el que pasa.
- ¡Baila cholito!
La sonrisa ingenua de este ser perdido, que baila y levanta los brazos incoherentemente al compas de unas monedas o la promesa de un pan de sobra, le hace un nudo en la garganta a los músicos que tienen que detener la marcha para retomar el aire y poder iniciar la pieza.
- ¡Baila cholito!
Pantalón casi caído, con una tira en la cintura y una pata cortada al nivel de la rodilla, la camisa totalmente abierta, en sus manos una java donde atesora sus preciosos trofeos.
La Banda entona “Una rosa de Francia”, el pequeño ser extraviado en su cordura sigue buscando sobras al compás de la música. Los hombres jóvenes ya quedaron satisfechos por los próximos minutos y ahora calman la sed. Uno abre una gruesa cartera para venderle unos dólares a alguien que pasa, algunos critican al gobierno tomando una buena cerveza y soportando en su cuello el peso de gruesas cadenas de oro que los tienen amarrados a los bancos del parque.
- ¡Baila Cholito!
Cada vez que pasa el pobre loco le gritan sobrepasando el sonido de la banda. Los músicos guardan sus instrumentos, esta fue una mañana de domingo como otras, pero el sabor que quedó no fue el más agradable. Todos se dispersan, el indigente perturbado sigue camino a los barrios donde algunos se conduelen y los muchachos le gritan todo tipo de burlas para sentirse más hombres. Allí en el parque quedaron atados aquellos que un día fueron libres, pero ahora no dejan “La libertad”. Tal vez Chilito sea mucho más libre que ellos, a nadie hace daño, solo camina, busca y baila. Alguna vez escuché que tiró unas piedras, qué lástima que no tuviera mejor puntería.

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