viernes, 14 de junio de 2013

La nueva era de la paternidad en Cuba.

Por estos días se habla del padre, pero sin dudas no como en mayo cuando la madre constituye el centro de todas las celebraciones. El día de los  padres provoca reflexiones en algunas personas, pero no en todas, no se convierte en un suceso de una envergadura semejante al día de las madres. ¿Por qué sucede esto?   ¿Qué diferencias introduce la determinación biológica de la maternidad en relación a la paternidad? ¿Puede el padre criar a los niños tan bien como la madre, o acaso las mujeres están preparadas biológicamente para la tarea y tienen un instinto maternal que los hombres no pueden igualar? ¿Cómo se inscribe el hecho de ser madre en la identidad de la mujer en relación al hecho de ser padre, y si esto marca diferencias en relación al amor materno y paterno?
La crisis de los años 90 en Cuba también trajo una crisis de la paternidad, que aún hoy afecta a aquellos hijos que hoy asumen la responsabilidad de padres. La perspectiva con que se mira el tema está determinada por las razones fundamentales que transformaron las relaciones de paternidad en la isla en esos años:
-    Divorcio en ocasiones con distancia total de los hijos.
-    Migración.
-    Madres solteras que concibieron a los hijos sin dar o recibir ninguna participación de la figura masculina.
-    Misiones de trabajo en el exterior. La distancia emocional estuvo más vinculada a divorcios con elevados niveles de conflicto.
-    Duda de la legitimidad del hijo.
-    Alcoholismo.
-    Enfermedad crónica o incapacidad del padre.

Esto es un fenómeno muy complejo, pues la determinación biológica de la maternidad, de acuerdo a lo planteado en la literatura, solo constituye una condición, pero no garantiza, como ya se ha demostrado en muchos estudios, una maternidad implicada y un amor por el hijo, al parecer la concepción biológica de gestación se traducen en vivencias emocionales que el padre no puede experimentar sólo 9 meses después una vez nacido el bebé estas vivencias podrían generar determinadas actitudes psicológicas.
Algunos autores plantean con fuerza, que ese hecho biológico se traduce psicológicamente en una vivencia de propiedad, de prolongación, que en la mayoría de las mujeres deviene en un amor incondicional "te quiero solo porque eres mi hijo", independientemente de lo que ese hijo sea o pueda llegar a ser.
Sin embargo, es necesario esclarecer la relación entre natura y cultura. ¿La diferencia entre el amor maternal y paternal está determinada por una diferencia biológica o cultural? ¿Qué aporta lo biológico y qué lo cultural?
La ciencia ha demostrado que la voz paterna comienza a incidir en el niño desde el vientre materno, mientras le habla y de la forma que lo hace. El calor y el olor del padre se convierten en patrones identificativos para el recién nacido. La postura al dormir, al sentarse, al caminar, incluso el cúmulo de emociones y el temperamento que puede expresarse al hablar son transmitidos involuntariamente de padre a hijo (ya sea hembra o varón).
Las pruebas de que existe el instinto  maternal son bastante endebles. Experiencias con animales y madres adoptivas muestran que el hecho biológico de engendrar, no dota a la mujer, necesariamente, de actitudes de cuidado, protección y apego hacia los críos. En la medida que el padre se  vincula emocionalmente a la idea de ser papá, también muy tempranamente pueden aparecer actitudes de protección, cuidado y apego al bebé.
El problema no está, a mi entender, en la determinación biológica de la maternidad, aunque una serie de factores biológicos hagan de ella la persona más indicada para parirlo y amamantarlo. El hecho de que las madres se vinculan más a sus hijos y asumen el cuidado desde los primeros momentos, está más vinculado a determinantes psicológicas, socio-histórico-culturales e incluso económicas. Este conjunto de determinaciones inscribe la maternidad en la identidad de la mujer y en la representación social de una forma muy diferente a como queda inscrita la paternidad en el hombre. De ahí que gran parte de las mujeres muestren con mayor frecuencia una relación de amor y apego a sus hijos en relación con los padres, y pasan más tiempo con ellos. La maternidad ha sido, históricamente, la vía de realización de las mujeres. El binomio mujer-madre es inseparable. Desde pequeña ha sido preparada para este fin. La feminidad está intrínsecamente definida como el ser para los otros, darse a los demás.
La actitud maternal expresiva y cuidadora, queda introyectada a la forma inherente de ser mujer. Con la división de funciones de la familia tradicional patriarcal, la mujer quedó definida como mujer-madre, dueña del feudo del hogar. Sin embargo, la paternidad no define la autoidentidad del hombre, no ha sido socializado para ello, esta es una función que se adiciona pero no se inscribe en la psicología masculina como vía de realización, plenitud y trascendencia. Lo más probable es, por tanto, que la razón por la que los hombres pasan tan poco tiempo con sus hijos no tenga nada que ver con la biología. Se trata, simplemente, del modo en que está organizada nuestra sociedad, cambiante en estos momentos por condicionamientos puramente económicos, donde la parte de la pareja menos exitosa laboralmente asume el rol de la crianza de los hijos. En este sentido es interesante los aportes de Pichón Riviere en relación a los procesos de asunción de roles. El proceso de asumir el rol de madre podría definirse, desde los condicionamientos socio-culturales, como un proceso de identificación introyectiva, mientras que el rol de padre podría responder a un proceso de identificación proyectiva. La identificación proyectiva  es la que a uno le permite seguir el espectáculo permaneciendo como espectador. La distancia entre el personaje y uno mismo es grande, en tanto que, en la identificación introyectiva el personaje y uno mismo se confunden. Esto hace que los padres sean menos propensos a sentir culpa y puedan salirse del rol con mucha más facilidad. Es precisamente por ello que el modelo de madre, desde lo cultural, se ha mantenido más inamovible socialmente. Persiste el mito mujer-madre, lo que determina que para una mujer es difícil renunciar a la forma tradicional de madre abnegada, en tanto la maternidad para muchas mujeres, es aún la función principal que las valoriza, les da gratificación emocional y el poder de sentirse imprescindibles y trascendentes. Todo ello, reforzado por la cultura que desde toda una serie de mensajes a través de los medios de comunicación (canciones, literatura, poesía, libros de cuentos, telenovelas) enaltecen el ser madre como la función principal de la mujer.

Un estudio realizado en nuestro país sobre el ejercicio de la maternidad-paternidad muestra que se mantiene un maternaje más presente y protagónico que el paternaje, con algunos emergentes de cambio en la mujer (Acentuado con el periodo de crisis de los años 90 del pasado siglo en Cuba). La maternidad tiende a ser  más compartida generalmente con otras mujeres (abuelas, educadoras de círculos, cuidadoras), y no tiende a asumirse de forma exclusiva. La presencia física, la cercanía  emocional, la expresión de afecto y contacto físico y la responsabilidad, son variables de mayor permanencia en las madres estudiadas. La mujer al adquirir mayor nivel educacional y solvencia económica, no delega la autoridad en el hombre, asume decisiones para con los hijos, ejerce mayor autoridad y control. En la medida que la madre es mujer trabajadora el vínculo es más enriquecedor y abierto.
Sin embargo, persiste un lenguaje posesivo respecto al hijo (me saca buenas notas, no me come bien, báñame al niño) y su papel principal permanece. La mayor cantidad de los hijos del divorcio se mantienen con la madre, se incrementa el número de madres  solas y de familias monoparentales, donde la jefa del núcleo es la mujer. Sin embargo,  aunque en el ejercicio de la maternidad algunas variables se han mantenido estables  (mayor presencia física, contacto afectivo y responsabilidad) es diferente para el caso de los padres, para los que se aprecia una mayor diversidad en la forma de asumirse la función paterna. Las investigaciones muestran formas  diversas de paternidad. Este hecho impone un tratamiento diferenciado. La generación de jóvenes que emerge en el comienzo de esta segunda década del siglo XXI en un porciento notable desvaloriza el papel del padre en su crianza, dado que a muchos padres en los años de periodo especial le fue mucho más fácil alejarse de sus responsabilidades que a las madres que se quedaron solas con la crianza de sus hijos. Vale distinguir las siguientes:
PADRE TRADICIONAL:
Que asume el rol tradicional de masculinidad y queda expropiado de una paternidad tierna, cercana e implicada. Las responsabilidades que mayormente asumen son:
- Dar permisos.
- Proveer alimentos (gestión de conseguirlos y llevarlos a la casa).
- Poner la "mano dura" a través de críticas y recomendaciones a la madre u otro familiar.
- Imponer castigos. Disciplinar.
- En ocasiones jugar y compartir paseos familiares.

PADRE CON EMERGENTES DE CAMBIO:
Recupera algunos elementos expropiados como la ternura y alguna responsabilidad de alimentación y cuidado. Las responsabilidades que fundamentalmente asume; incluyen las del padre tradicional, adicionándosele:
- Bañar al niño, en ocasiones alimentarlo.
- Hacer tareas escolares.
- Buscarlo a la escuela o círculo.
- Atenderlo cuando está enfermo (llevarlo al hospital, dar medicina).

PADRE NO TRADICIONAL:
Que recupera una paternidad cercana empática, que descubre el disfrute de los hijos, que comparte igualdad de funciones con la madre. Las función paterna incluye una gama de responsabilidades que se comparten de forma complementaria y/o suplementaria (en caso de ausencia del otro progenitor). No constituye en este caso el paternaje, un patrón único de comportamiento. Las variables edad, zona de residencia (rural o urbana), personalidad y grado de relación amorosa con la pareja (casados), definen estas diferencias. El rol del padrastro es una forma de paternaje que impone nuevos retos a la función de padre.
 
La forma de asumir la paternidad en las generaciones jóvenes responde más a un modelo no tradicional. La privación total o parcial de diversos tipos de padres pudiese marcar diferencias en los efectos potencialmente nocivos para el desarrollo del menor. Los hombres en la actualidad, con mayor frecuencia, comienzan a asumir nuevas formas de paternidad sustituta (padrastro), como ocurre en caso de las familias reconstruidas con hijos de matrimonios anteriores.

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