El hotel Sagua se yergue con estatura de rascacielos en el centro de esta ciudad de acentuada arquitectura neoclásica.
El Príncipe de Asturias y el poeta granadino Federico García Lorca llegaron al umbral del otrora acogedor recinto, observaron su depurado estilo ornamental, construido en el ano l920 por iniciativa de comerciantes que buscaban un lugar adecuado para alojarse y desarrollar su actividad con el confort necesario.
Huéspedes no tan célebres como los referidos, de visita en Sagua, eran también habituales en su época de esplendor, recibiendo el servicio sin tener que acreditar jerarquías o colores.
Fuimos testigos del buen gusto estético de su restaurant: los paisajes de Manolo Fernández se exhiben en sus paredes en armonía pictórica con el lugar.
Una simple ojeada desde uno de los balcones, nos regala un panorama entre el enjambre de bicicletas y los que deambulan por el parque La Libertad,
Frente, la Iglesia Católica de ventanales ovalados, absortos, como Mañach, en la memoria agradecida a la que él bautizó como su tacita de plata
.Un poco más abajo, la marmórea expresión del urólogo Joaquín Albarrán, esculpido en medio de los arbustos y que perpetúa con el dedo anular, el afecto imborrable por su terruño natal, respetando la petición de los franceses de ofrecerle la nacionalidad gala por sus aportes científicos en la especialidad.
El hotel Sagua resulta indispensable evocación para los anfitriones, mientras cruzan los coches de hules y correajes, no solo porque aún aflora el romance en sus paredes patrimoniales, sino también porque se disfrutaba de la buena cocina y de otros servicios..
Recuerdo a aquella señora que se sentaba en uno de los bancos del parque, y no llevaba precisamente un cesto de flores como La Violetera, sino que se dedicaba a cotejar pasiones amorosas frente a ese escenario en el que aún nos queda el halo de nostalgia por aquellas jornadas de fiesta y romance en el centro de la Villa.
El Príncipe de Asturias y el poeta granadino Federico García Lorca llegaron al umbral del otrora acogedor recinto, observaron su depurado estilo ornamental, construido en el ano l920 por iniciativa de comerciantes que buscaban un lugar adecuado para alojarse y desarrollar su actividad con el confort necesario.
Huéspedes no tan célebres como los referidos, de visita en Sagua, eran también habituales en su época de esplendor, recibiendo el servicio sin tener que acreditar jerarquías o colores.
Fuimos testigos del buen gusto estético de su restaurant: los paisajes de Manolo Fernández se exhiben en sus paredes en armonía pictórica con el lugar.
Una simple ojeada desde uno de los balcones, nos regala un panorama entre el enjambre de bicicletas y los que deambulan por el parque La Libertad,
Frente, la Iglesia Católica de ventanales ovalados, absortos, como Mañach, en la memoria agradecida a la que él bautizó como su tacita de plata
.Un poco más abajo, la marmórea expresión del urólogo Joaquín Albarrán, esculpido en medio de los arbustos y que perpetúa con el dedo anular, el afecto imborrable por su terruño natal, respetando la petición de los franceses de ofrecerle la nacionalidad gala por sus aportes científicos en la especialidad.
El hotel Sagua resulta indispensable evocación para los anfitriones, mientras cruzan los coches de hules y correajes, no solo porque aún aflora el romance en sus paredes patrimoniales, sino también porque se disfrutaba de la buena cocina y de otros servicios..
Recuerdo a aquella señora que se sentaba en uno de los bancos del parque, y no llevaba precisamente un cesto de flores como La Violetera, sino que se dedicaba a cotejar pasiones amorosas frente a ese escenario en el que aún nos queda el halo de nostalgia por aquellas jornadas de fiesta y romance en el centro de la Villa.
3 comentarios:
Estimado compatriota:
Esto que has escrito no es más ni menos que un enigma de tu imaginación creada por la necesidad de mentir cuando no queda otra cosa que hacer o decir.
En vez de reportero te fuese mejor de escritor de novelas, pero te falta bastante. LO SIENTO pero hasta "La violetera" se insultaría por solo mencionar su nombre en este articulo tan falto de credibilidad.
Que triste que personas de forma anónima insistan en emitir comentarios donde les aflora ese sentimiento tan negativo por la tierra que las vio nacer. La realidad actual del Hotel Sagua y otras edificaciones de la ciudad es innegable, nadie intenta ocultarla y menos yo, que defiendo a mi pueblo donde sea, y defenderlo implica decir todo lo que considere que mal hecho está. Un caso sin dudas es el deterioro lamentable del Hotel Sagua, algo que tiene múltiples culpables, ya sean gubernamentales o no. Pero cuando se emiten comentarios sobre algo que se escribe no se pueden quedar solo en las hojas, han de ir al tallo y a la raíz. El Hotel Sagua es una edificación emblemática de mi ciudad y como tal lo respeto y hablo de su esplendor, aún cuando hoy el tiempo y los sagüeros lo hemos maltratado sin reparos. Alabar su belleza y magestuosidad también es una forma de mostrar a todos que está ahí y necesita de todos los sagüeros para cobrar vida nuevamente.
y desde cuando el Hotel Sagua es un rascacielos?
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