Por: Alberto González Rivero
Heberto Arenas, al que los sagüeros conocían como el Chágara, era corresponsal deportivo de periódicos que circulaban en la década del cuarenta del pasado siglo. Enviaba noticias del acontecer de La Villa del Undoso a columnas tan buscadas en “América Deportiva” o “La Voz de Sagua”. Aún se conserva la crónica en la que destaca que el tope entre los púgiles de Sagua y del Ingenio Corazón de Jesús - actual Mariana Grajales - fue todo un acontecimiento.
Era también amigo de inventarse equipos para efectuar encuentros de pelota y de boxeo que se celebraban en toda la región.
Le sabía sacar el filo a su pericia como cazatalentos, estudiaba el terreno, sobre todo en las zonas de campo, y se convertía en manager o entrenador deportivo, según los dividendos financieros que lograba el hábil trotamundos.
Heberto era negro y elegante, vestía la tradicional guayabera y era portador de una labia que seducía hasta a los más reticentes.
En ocasión de un periplo por Vega Redonda, poblado rural de Encrucijada, el director de un equipo de pelota le propone al scout hasta cincuenta pesos si le conseguía un pitcher que impresionara a los fanáticos y, más aún, que le diera la victoria, en el juego que se efectuaría ese fin de semana.
- ¡50 pesos! ¡Por esa cantidad yo te puedo traer al mismísimo Conrado Marrero ! - le respondió emocionado el Chágara, quien ya se veía haciendo las cuentas para su bolsillo.
Pero, cuando regresa a Sagua, en busca del ídolo, El Guajiro de Laberinto no aparecía por ningún lugar.
“Soy out por regla, ahora qué hago”, pensó el corresponsal en jugada forzada.
Mas el pregón de un billetero despertó el poder de la imaginación del hombre en apuros. “Caramba, 21, majä y dinero”.
El domingo, el Chágara arribó a Vega Redonda en un flamante Chevrolet del año, del cual se bajó acompañado de El Premier. El terreno se vino abajo.
- ¡Llegó El Guajiro de Laberinto! ¡Caballo, Marrero va a lanzar con nuestro equipo! - exclamó uno de los integrantes de la selección privilegiada.
Comienza el desafío, el lanzador estrella sube al montículo, hace el wainup y enseña las letras y el número 21, como era su costumbre. Al vitoreo se unieron las voces de altoparlante de cuanto vendedor se aprovechó de la fiesta beisbolera.
“21, majá y dinero”, se persignaba el perspicaz personaje, atento a la algarabía del público y a los cuchicheos de las autoridades invitadas al choque de manigua.
Aquel traje con letras azules y franela blanca impresionaba.
Sin embargo, el star del momento no mostraba su efectividad en el box, las serpentinas llegaban con poca velocidad y lejos de la zona de strike, raro descontrol en aquel diestro que ascendió al cenit del diamante por haber convertido el pitcheo en un verdadero arte.
- Marrero, ¿estás pasando la resaca o qué? - gritó un aficionado en el clímax de la decepción.
- Oiga, compay, el pitcher que trajiste de Sagua no llega al home y la gente está que trina - le dijo el manager en tono de evidente desconfianza.
-Tú me diste cincuenta cañas para que trajera a Marrero y yo te lo traje - le respondió el Chágara en una joya defensiva a la altura del noveno episodio.
Entretanto, el hermano de Marrero se despedía del box ante la rechifla de los fanáticos que no vieron al Premier, pero sí al que era su relevo de carretero en la Finca Laberinto.
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