Por: Yoel Rivero Marín.
Navegar a la deriva resulta el mejor de los sentidos de un cubano que se lanza a la aventura de una botella incierta. Sabe a dónde quiere llegar, pero nunca se imaginará ni cuándo ni cómo.
Botella: Recipiente fabricado en material rígido, habitualmente vidrio o alguna variedad de plástico que tiene habitualmente un cuello más angosto que el cuerpo del recipiente y que se usa para contener productos líquidos, como agua, leche, vino, etc. También hay botellas metálicas que se utilizan para contener gases a presión pero su uso es más específico y menos generalizado.
Botella: Modo de decir en pocas palabras " llegar como puedas"
Coger Botella: Hacer autoestop (coger botella) en Cuba.
Recientemente necesité trasladarme hacia la capital provincial y me reencontré con esa amiga de antaño: La Botella. De tramo en tramo, con cada buen samaritano que se dignaba a recogerme recordaba mis duros años de estudiante en la carretera.
Santa Clara-Tajadora: (Una máquina (Voluntariamente por 20 pesos))
Tajadora-Cifuentes (Un tractor agrícola)
Cifuentes-Sitiecito (Un ómnibus de transporte obrero)
Sitiecito-Sagua la Grande (El auto de un amigo)
Recuerdo como en los años 90 durante mis 3 cursos de pre-universitario en Santa Clara cada fin de semana para ir hasta la escuela y regresar a Sagua la Grande me sentía el protagonista de una increíble película no apta para menores, donde podía encontrar de todo, desde lenguaje de adultos, hasta violencia o sexo.(P) Partir de Sagua era lo más sencillo, salía un superbuss con 60 capacidades, en las cuales lográbamos entrar hasta 200 personas, recuerdo que muchas veces mi mejor entrada era por una de las ventanillas de atrás. Regresar era el tormento. Llegaba el viernes, una de la tarde, a esa hora más de 10 escuelas becadas en la capital provincial abrían sus puertas a un ganado que buscaba a toda costa regresar a sus orígenes. Aún llegan a mi memoria aquellos camiones para transportar caña, que no se detenían en el camino y muchas veces los ocupábamos a la fuerza en movimiento, y aún cuando el chofer se negara y lanzara todo tipo de amenazas o improperios, tenía que seguir el curso y llevarnos a feliz destino. Unas veces la solidaridad entre los botelleros primaba y unos sobre otros de forma estoica soportábamos las horas de traslado, otras veces el instinto animal primaba y cuando todos no cabían pude ver como fueron empujados pasajeros por la borda en pleno movimiento. No puedo olvidar al chofer de aquella rastra de transportar cerdos que tan humanamente paró en el lugar más concurrido de la botella. Puedo decir que fui uno de los privilegiados, pues no viaje dentro sino encima de la rastra, haciendo malabares con los cables del tendido eléctrico o las ramas de los árboles que muchas veces pasaban rasantes al techo de aquel monstruo sobre catorce ruedas. Al llegar a Sagua la gente se alejaba de mi con toda su razón y cuando llegue a mi casa casi me tengo que desnudar en la puerta de la calle, botar la ropa y entrar directo al baño pues la peste a puerco era insoportable, pero llegué y lo hice con el increíble record de 3 horas después del pase. (Para viajar de Sagua a Santa Clara solo se necesitan 45 minutos en auto, el resto del tiempo es la espera en la carretera).
Todas esas vicisitudes de adolescente fueron solo un periodo de preparación en mi vida de botellero, lo bueno llegó cuando comencé a estudiar en la Ciudad de la Habana. Más de 300 kilómetros me separaban de mi casa y solo tenía los pases entre las 7 de la noche del viernes y las 6 de la mañana del lunes. Muchas veces salía el viernes en la noche y llegaba el domingo en la mañana, para por la tarde tomar el camino de vuelta y tratar de llegar puntual, tarea casi imposible. En esos dos años, donde la película ya era de terror, viajé en rastras amarrado a la carga para no caer, en camiones hacinados en verdaderos entrenamientos de faquir. No puedo olvidar aquel camión de transporte de caña que casi al salir de la beca encontré en el medio de la habana con chapa de Villa Clara, (Porque eso sí, cuando estas en la botella interprovincial te hacer un experto en chapas de autos), con una ingenuidad casi infantil pregunto, casi suplicando, -¿Van a Santa Clara?-, la risa del chofer vino de forma inmediata en su respuesta, -no hijo, voy hasta Sagua la Grande-. No me lo podía creer, ese fue el día más feliz de mi vida, viajé desde el centro de la Habana hasta la esquina de mi casa directo y sin matarme en la carretera. Cuando en horas de la madrugada del sábado llegué fue para todos en mi hogar una fiesta, aún cuando yo llegué rayando con la hipotermia, pues resultó la madrugada más fría del invierno del 93, en la parte trasera del camión solo iba yo y no tenía abrigo.
Recordar más sería una tortura para mi memoria, pero algo si puedo asegurar, vivir esos años en la botella crea un trauma difícil de superar. Nadie se puede imaginar lo que es estar en el medio de la autopista a la salida de la Habana, con 20 o 30 horas de camino, 5 pesos en el bolsillo, (cuando un camión costaba 150 $) y a mi alcance solo estaba un disco de yuca por mis desnutridos 5 pesos.
Ya los tiempos han cambiado, tal vez me he vuelto más prudente, lo que antes era una aventura hoy es locura, para viajar lo pienso mil veces y lo hago solo cuando el transporte es “seguro” , pero la necesidad se impone y alguna que otra vez tengo que acudir al dedo, estirar la mano y pedir botella para regresar a mi casa, no digo que llegue rápido, no digo que llegue pulcro, no digo que llegue fresco, pero llego.
NOTA: En este comentario no hago referencia a las almas caritativas que van al volante y en el 90 % de los casos solo ven a los botelleros que en lugar de usar los dedos, usan un abanico de billetes. Para los chóferes tendré un comentario exclusivo.
1 comentario:
Yo puedo hacerle muchísimas anécdotas, también de risa, de terror, de alegria, pero de que no hay dudas que nos volvemos ninjas, no la hay... Gracias por su comentario.
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