Por: Yoel Rivero Marín
Hoy el mundo se rebela, pero la historia demuestra que más tarde o más temprano siempre sucede, porque es inevitable, porque es impostergable. Por lo general siempre el que domina se siente dios y como dios, inmortal. Pero esa postura de inmortalidad no sólo la asumen los dominantes, también la asumen los establecidos, los que se sienten intocables. La omnipotencia divina ha llegado hasta ellos para que la responsabilidad de dirigir se convierta en el privilegio de nunca ser cuestionados y nosotros, los simples mortales, callaríamos ante su imbatible presencia.
Este no es un hecho salido de la Iliada, ni de la ficción del más macabro escritor, es una realidad con la que me encuentro día a día y no precisamente en las noticias, sino en mi quehacer cotidiano. Dirigentes a todos los niveles en Cuba se sienten omnipotentes a tal punto, que si un periodista es capaz de cuestionarlos, ellos se arrogan el derecho de emplazarlo con el apoyo de otros, que como ellos, también se encuentran acorazados en una designación divina: “Dirigente”. Quiero decir, que en los más de 15 años de labor en los medios de comunicación en Sagua la Grande he intercambiado con directores o jefes que realmente son un ejemplo y confieso que los he llegado a admirar, pero en un caldo sin tapa siempre caen algunas moscas.
En el discurso pronunciado por el presidente de Cuba, General de Ejercito Raúl Castro Ruz en la clausura de la Primera Conferencia Nacional del Partido, en el Palacio de Convenciones, el 29 de enero de 2012, afirma: “Es preciso acostumbrarnos todos a decirnos las verdades de frente, mirándonos a los ojos, discrepar y discutir, discrepar incluso de lo que digan los jefes, cuando consideramos que nos asiste la razón….”, “Hay que estar dispuestos a buscarnos problemas defendiendo nuestras ideas…” Qué difícil resulta entonces que en el interior de la isla los trabajadores de la prensa, que son simples mortales, discrepen incluso de lo que digan los jefes, cuando ellos se sienten todopoderosos, cuando son capaces de vetar la entrada de un periodista a un centro productivo, educacional o de servicios, cuando son capaces de tirar por tierra una investigación profunda y respaldada por la verdad, la razón y la necesidad de cambiar las cosas.
¿Quiénes pueden cuestionar a un inmortal? La experiencia me ha demostrado que sólo inmortales superiores que se embisten de autoridad y juicio. Las maneras son muy diversas:
- Canalizan la situación hacia soluciones salomónicas y sosegadas.
- Aportan todos los elementos de su inspección a un periodista (mortal) autorizado y capaz creíble (con el apoyo de un inmortal).
- Realizan movimientos de cuadros inesperados porque es necesario en otras funciones.
Hoy a los inmortales se les ha otorgado el don divino de discrepar, discutir, defender ideas, cuestionar todo lo mal hecho sin importar quién sea el que esté cometiendo los errores. Pero tal contienda impone el mismo riesgo de antes, sobre todo para aquellos que están alejados de los principales centros de dirección del país. Debemos buscarnos problemas y los inmortales lo sabemos bien. Hacer que la palabra deje al descubierto todo aquello que debe ser cambiado es una tarea de humanos, humanos como aquellos que deciden, aunque ellos se cren dioses. Solo tal rebelión necesaria pondría en su justo lugar a nuestra prensa con látigo y cascabel en su quehacer cotidiano.
Hoy el mundo se rebela, pero la historia demuestra que más tarde o más temprano siempre sucede, porque es inevitable, porque es impostergable. Por lo general siempre el que domina se siente dios y como dios, inmortal. Pero esa postura de inmortalidad no sólo la asumen los dominantes, también la asumen los establecidos, los que se sienten intocables. La omnipotencia divina ha llegado hasta ellos para que la responsabilidad de dirigir se convierta en el privilegio de nunca ser cuestionados y nosotros, los simples mortales, callaríamos ante su imbatible presencia.
Este no es un hecho salido de la Iliada, ni de la ficción del más macabro escritor, es una realidad con la que me encuentro día a día y no precisamente en las noticias, sino en mi quehacer cotidiano. Dirigentes a todos los niveles en Cuba se sienten omnipotentes a tal punto, que si un periodista es capaz de cuestionarlos, ellos se arrogan el derecho de emplazarlo con el apoyo de otros, que como ellos, también se encuentran acorazados en una designación divina: “Dirigente”. Quiero decir, que en los más de 15 años de labor en los medios de comunicación en Sagua la Grande he intercambiado con directores o jefes que realmente son un ejemplo y confieso que los he llegado a admirar, pero en un caldo sin tapa siempre caen algunas moscas.
En el discurso pronunciado por el presidente de Cuba, General de Ejercito Raúl Castro Ruz en la clausura de la Primera Conferencia Nacional del Partido, en el Palacio de Convenciones, el 29 de enero de 2012, afirma: “Es preciso acostumbrarnos todos a decirnos las verdades de frente, mirándonos a los ojos, discrepar y discutir, discrepar incluso de lo que digan los jefes, cuando consideramos que nos asiste la razón….”, “Hay que estar dispuestos a buscarnos problemas defendiendo nuestras ideas…” Qué difícil resulta entonces que en el interior de la isla los trabajadores de la prensa, que son simples mortales, discrepen incluso de lo que digan los jefes, cuando ellos se sienten todopoderosos, cuando son capaces de vetar la entrada de un periodista a un centro productivo, educacional o de servicios, cuando son capaces de tirar por tierra una investigación profunda y respaldada por la verdad, la razón y la necesidad de cambiar las cosas.
¿Quiénes pueden cuestionar a un inmortal? La experiencia me ha demostrado que sólo inmortales superiores que se embisten de autoridad y juicio. Las maneras son muy diversas:
- Canalizan la situación hacia soluciones salomónicas y sosegadas.
- Aportan todos los elementos de su inspección a un periodista (mortal) autorizado y capaz creíble (con el apoyo de un inmortal).
- Realizan movimientos de cuadros inesperados porque es necesario en otras funciones.
Hoy a los inmortales se les ha otorgado el don divino de discrepar, discutir, defender ideas, cuestionar todo lo mal hecho sin importar quién sea el que esté cometiendo los errores. Pero tal contienda impone el mismo riesgo de antes, sobre todo para aquellos que están alejados de los principales centros de dirección del país. Debemos buscarnos problemas y los inmortales lo sabemos bien. Hacer que la palabra deje al descubierto todo aquello que debe ser cambiado es una tarea de humanos, humanos como aquellos que deciden, aunque ellos se cren dioses. Solo tal rebelión necesaria pondría en su justo lugar a nuestra prensa con látigo y cascabel en su quehacer cotidiano.
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