La casa de la familia Arenas fue, desde mi niñez, objeto de curiosidad. La mole gris con su torre que despuntaba sobre el resto de los edificios, y su imagen, que me acercaba a un pasado que solamente conocía por algunos cuentos infantiles, llamaba mi atención y la de casi todos mis amigos de la niñez. Por eso por aquel entonces muchos le decían El Castillo, El Castillito o inclusive, algunos más impresionables; La Casa Embrujada.
Acerca del Lugar
La primera plaza de Sagua la Grande había evolucionado durante el XIX y tomado a su vez diferentes nombres, a veces supeditados a su función (Plaza de Armas, Plaza de la Iglesia, Plaza del Mercado, Parque “Independencia” y algunos más). Fue el crecimiento de Sagua hacia el oeste –determinado por su ubicación con respecto al río- lo que provocó la pérdida de importancia de este espacio, que quedó definitivamente sentenciado con la inauguración de la nueva iglesia en 1860 en un solar que llamaban en esa época “Panteón de Doña Inés” y trajo consigo un buen número de edificios de carácter público a este sitio que estaba llamado a convertirse en el nuevo centro cívico de la villa. Unos años más tarde Don Eugenio Moré, Conde de Casa-Moré y fundador del ferrocarril de Sagua, construiría en una de las esquinas de la futura plaza su magnifica morada y luego (1880) el alcalde González Osma convertiría el placer en el parque que se conoció con el nombre de su artífice hasta 1902 en que comenzó a llamarse Parque “La Libertad”.
A finales del siglo XIX y en los primeros años del XX la calle La Cruz (actualmente Padre Varela) se había convertido en una de las principales vías de la ciudad -cumplía la función de enlazar la Plaza “Independencia” y el Parque “La Libertad” y, por tanto, a un buen número de establecimientos e instituciones que se conservaban aún próximos a dichos espacios- por eso allí se fueron levantando en este lapso algunas magníficas viviendas y edificaciones de carácter civil-público o religioso que aún existen.
La historia
El marqués de San Felipe y Santiago era propietario de algunos terrenos de Sagua la Grande en la década de 1880, dos viviendas arrimadas en las parcelas con los números 25 y 27 de la esquina sureste de las calles Intendente Ramírez (Solís hoy) y la calle de La Cruz. Edificios con acceso a través de La Cruz con características neoclásicas aunque con una decoración de fachada muy elemental que pudiera, incluso, encajar dentro de las tipologías tradicionales del XIX (de los dos se conserva uno de ellos, en la actualidad con el número 25 de Padre Varela). Producto de varias hipotecas las fincas urbanas fueron a parar a Don Tomás Ribalta y Serrat, padre de Carmen Ribalta. En 1902 la casa marcada con el 27 era propiedad de Teresa Santos Lamadrid y Ribalta quien la vendió a Valentín Arenas Miranda. En la década de 1910, el señor Arenas era propietario de varias pequeñas industrias y una gran cantidad de terrenos que fueron urbanizados con el crecimiento de la ciudad durante este período –motivo de incremento notable en su fortuna. En 1918 construyó en este lote el monumental edificio art nouveau que se conoce en la actualidad como “Palacio Arenas” por su apariencia impresionante, marcada por la volumetría y la singularidad de su decoración. Una inscripción colocada en una lápida que forma parte del pretil señala su año de construcción.
El primer tercio del siglo XX fue fructífero para el desarrollo económico de Cuba, para Sagua la Grande significó un impulso sin precedentes soportado por el desarrollo de la industria azucarera y el comercio con los Estados Unidos a través de su puerto. En esta etapa se construye un gran número de valiosas edificaciones de estilo ecléctico amparadas por la industria de la ornamentación para fachadas e interiores desarrollada por el escultor Aurelio Cruz Bello, la ciudad perdió durante este período su carácter neoclásico producto de la sustitución de muchas de sus edificaciones coloniales o, en otros casos, por la remodelación de las fachadas. Así la imagen arquitectónica novecentista fue sustituida por otra más acorde al panorama del XX y se fue desarrollando un eclecticismo sobrio que dejó pocos espacios a las variantes más populares basadas en motivos decorativos salidos de la interpretación de sus creadores (habitualmente sin formación académica).
En este escenario ecléctico se concibió el Palacio Arenas, dentro de una estética aparentemente abierta pero sobre un basamento dogmático. La mezcla, y su utilización en la búsqueda de la originalidad habían dado paso a múltiples variantes que, en el centro histórico de Sagua, se manifestaron formalmente sobre la base de una funcionalidad similar, sobre todo en el tema doméstico, a lo construido durante el siglo XIX. Las dimensiones de las habitaciones y la posición de las cocinas y baños, esto último determinado por los avances tecnológicos llegados a Cuba con el “cambio de metrópoli” (España por los Estados Unidos) fueron básicamente los más frecuentes cambios en el orden espacial. Las dimensiones de las parcelas (de proporciones oblongas) marcó la prevalencia de las plantas en forma de “L” o martillo y las plantas en forma de “C”. Los puntales continuaron similares al resto de los estilos coexistentes lográndose una imagen homogénea capaz de fundir coherentemente las tipologías. Es característico de esta época la aparición de varios edificios altos (hasta 5 niveles) en otros temas de carácter público, a veces con viviendas en las plantas altas.
A pesar de los cambios esenciales en la estructura de la familia sufridos con la llegada del XX, los Arenas-Armiñan, tal vez motivados por su fuerte vocación católica, optaron por la construcción de una vivienda donde pudieran convivir varias generaciones. El edificio tiene 11 habitaciones que, por sus dimensiones y disposición, deben haber sido concebidas para dormitorios; sin embargo con el transcurso de los años algunos hijos abandonaron la mansión, la ciudad incluso, y el empeoramiento en la situación económica de Sagua y de la familia hicieron a los descendientes buscar alternativas para mantener su estatus.
Por eso, hacia 1930, quizás desde antes, el mayor de los hijos, Valentín Arenas Armiñan, que se había graduado de derecho, estableció su bufete en el primer nivel del edificio. Aunque, a juzgar por el mobiliario que se conservó allí hasta hace algunos años, cabe la posibilidad de que también haya rentado algunas habitaciones a otros abogados o notarios después de su partida hacia la capital y tal vez con este objetivo hayan sido subdivididos el patio y la galería, utilizándose los accesos a través de la calle Solís para esta función e independizándose el acceso al segundo y tercer nivel, que conservaron su uso doméstico, por el zaguán en la calle Padre Varela.
Acerca del Lugar
La primera plaza de Sagua la Grande había evolucionado durante el XIX y tomado a su vez diferentes nombres, a veces supeditados a su función (Plaza de Armas, Plaza de la Iglesia, Plaza del Mercado, Parque “Independencia” y algunos más). Fue el crecimiento de Sagua hacia el oeste –determinado por su ubicación con respecto al río- lo que provocó la pérdida de importancia de este espacio, que quedó definitivamente sentenciado con la inauguración de la nueva iglesia en 1860 en un solar que llamaban en esa época “Panteón de Doña Inés” y trajo consigo un buen número de edificios de carácter público a este sitio que estaba llamado a convertirse en el nuevo centro cívico de la villa. Unos años más tarde Don Eugenio Moré, Conde de Casa-Moré y fundador del ferrocarril de Sagua, construiría en una de las esquinas de la futura plaza su magnifica morada y luego (1880) el alcalde González Osma convertiría el placer en el parque que se conoció con el nombre de su artífice hasta 1902 en que comenzó a llamarse Parque “La Libertad”.
A finales del siglo XIX y en los primeros años del XX la calle La Cruz (actualmente Padre Varela) se había convertido en una de las principales vías de la ciudad -cumplía la función de enlazar la Plaza “Independencia” y el Parque “La Libertad” y, por tanto, a un buen número de establecimientos e instituciones que se conservaban aún próximos a dichos espacios- por eso allí se fueron levantando en este lapso algunas magníficas viviendas y edificaciones de carácter civil-público o religioso que aún existen.
La historia
El marqués de San Felipe y Santiago era propietario de algunos terrenos de Sagua la Grande en la década de 1880, dos viviendas arrimadas en las parcelas con los números 25 y 27 de la esquina sureste de las calles Intendente Ramírez (Solís hoy) y la calle de La Cruz. Edificios con acceso a través de La Cruz con características neoclásicas aunque con una decoración de fachada muy elemental que pudiera, incluso, encajar dentro de las tipologías tradicionales del XIX (de los dos se conserva uno de ellos, en la actualidad con el número 25 de Padre Varela). Producto de varias hipotecas las fincas urbanas fueron a parar a Don Tomás Ribalta y Serrat, padre de Carmen Ribalta. En 1902 la casa marcada con el 27 era propiedad de Teresa Santos Lamadrid y Ribalta quien la vendió a Valentín Arenas Miranda. En la década de 1910, el señor Arenas era propietario de varias pequeñas industrias y una gran cantidad de terrenos que fueron urbanizados con el crecimiento de la ciudad durante este período –motivo de incremento notable en su fortuna. En 1918 construyó en este lote el monumental edificio art nouveau que se conoce en la actualidad como “Palacio Arenas” por su apariencia impresionante, marcada por la volumetría y la singularidad de su decoración. Una inscripción colocada en una lápida que forma parte del pretil señala su año de construcción.
El primer tercio del siglo XX fue fructífero para el desarrollo económico de Cuba, para Sagua la Grande significó un impulso sin precedentes soportado por el desarrollo de la industria azucarera y el comercio con los Estados Unidos a través de su puerto. En esta etapa se construye un gran número de valiosas edificaciones de estilo ecléctico amparadas por la industria de la ornamentación para fachadas e interiores desarrollada por el escultor Aurelio Cruz Bello, la ciudad perdió durante este período su carácter neoclásico producto de la sustitución de muchas de sus edificaciones coloniales o, en otros casos, por la remodelación de las fachadas. Así la imagen arquitectónica novecentista fue sustituida por otra más acorde al panorama del XX y se fue desarrollando un eclecticismo sobrio que dejó pocos espacios a las variantes más populares basadas en motivos decorativos salidos de la interpretación de sus creadores (habitualmente sin formación académica).
En este escenario ecléctico se concibió el Palacio Arenas, dentro de una estética aparentemente abierta pero sobre un basamento dogmático. La mezcla, y su utilización en la búsqueda de la originalidad habían dado paso a múltiples variantes que, en el centro histórico de Sagua, se manifestaron formalmente sobre la base de una funcionalidad similar, sobre todo en el tema doméstico, a lo construido durante el siglo XIX. Las dimensiones de las habitaciones y la posición de las cocinas y baños, esto último determinado por los avances tecnológicos llegados a Cuba con el “cambio de metrópoli” (España por los Estados Unidos) fueron básicamente los más frecuentes cambios en el orden espacial. Las dimensiones de las parcelas (de proporciones oblongas) marcó la prevalencia de las plantas en forma de “L” o martillo y las plantas en forma de “C”. Los puntales continuaron similares al resto de los estilos coexistentes lográndose una imagen homogénea capaz de fundir coherentemente las tipologías. Es característico de esta época la aparición de varios edificios altos (hasta 5 niveles) en otros temas de carácter público, a veces con viviendas en las plantas altas.
A pesar de los cambios esenciales en la estructura de la familia sufridos con la llegada del XX, los Arenas-Armiñan, tal vez motivados por su fuerte vocación católica, optaron por la construcción de una vivienda donde pudieran convivir varias generaciones. El edificio tiene 11 habitaciones que, por sus dimensiones y disposición, deben haber sido concebidas para dormitorios; sin embargo con el transcurso de los años algunos hijos abandonaron la mansión, la ciudad incluso, y el empeoramiento en la situación económica de Sagua y de la familia hicieron a los descendientes buscar alternativas para mantener su estatus.
Por eso, hacia 1930, quizás desde antes, el mayor de los hijos, Valentín Arenas Armiñan, que se había graduado de derecho, estableció su bufete en el primer nivel del edificio. Aunque, a juzgar por el mobiliario que se conservó allí hasta hace algunos años, cabe la posibilidad de que también haya rentado algunas habitaciones a otros abogados o notarios después de su partida hacia la capital y tal vez con este objetivo hayan sido subdivididos el patio y la galería, utilizándose los accesos a través de la calle Solís para esta función e independizándose el acceso al segundo y tercer nivel, que conservaron su uso doméstico, por el zaguán en la calle Padre Varela.
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