viernes, 11 de septiembre de 2009

ME HICE SAGÜERO

Por Alfredo García Pimentel
Los que han vivido mucho saben que el ser humano, como los árboles, eJustificar a ambos ladoscha raíces allí donde nace. “Patria” le llama el diccionario a ese rincón donde nuestros padres nos dan el primer abrazo, donde afloran las primeras palabras, donde vamos aprendiendo que “Patria” suena mejor cuando se dice “Hogar”.
Sin embargo, muchos nos vemos precisados a abandonar el nido. Ya sea por trabajo, por amor, o porque la vida así lo quiso, nos distanciamos del terruño paternal y comenzamos la búsqueda de nuestro propio sitio. El mío, si así se me permite decirlo, lo encontré aquí: en Sagua la Grande.
Ya me habían comentado que sagüeros y camagüeyanos compartíamos un orgullo desmedido hacia la pequeña “Patria” de cada cual. Tal vez por eso, me sentí en casa desde el primer día, y aunque no nací a orillas del Undoso, puedo decir que me hice sagüero.
Sí, me hice sagüero, porque vivo y siento por Sagua la Grande, porque caí derrotado ante una de sus mujeres, porque conocí de las bondades de una tierra “guapa”, que nunca se rinde. Soy sagüero, que nadie lo dude, porque cada día desando los pasos de Solís, de Alfert, de Lam y de Robau; y porque me enamoré de los quejidos de un viejo puente, que no se cansa de triunfar.
¿Cómo no ser sagüero si me vence la belleza de los mogotes, si Ubero e Isabela se han convertido en mis playas, si disfruto los destellos y sufro las manchas de una ciudad que, involuntaria y cotidianamente, se hace más mía?
Tal vez, en mi caso, “Patria” y “Hogar” hayan perdido ese significado que los hacía comunes. Sé que mis raíces están lejos de aquí, allá donde mis padres me dieron el primer abrazo; que tengo más de Agramonte que de Albarrán; pero también sé que, gracias al amor recíproco que nos tenemos una ciudad, una mujer y yo, soy, no un sagüero más, sino, cada vez, más sagüero.

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