lunes, 2 de julio de 2012

Los tres ancianos

Hace algún tiempo un anciano me aseguró durante una conversación "Dichoso el que llegue a la vejez", en aquel momento solo asistí con la cabeza, hoy pudiera decirle mucho más.
"Sólo debemos sacrificarnos por los ideales"
Karl Popper 
Abelardo, 74 años de edad, jubilado, vendedor ambulante de productos agrícolas. Vive solo en una casa de tablas de palmas en el corazón de Villa Alegre, reparto periférico de Sagua la Grande.  En la sala de su casa tiene el retrato de dos hijos que viven en el exterior,  hace 22 años que salieron de Cuba y nunca más ha tenido contacto con ellos.
Abelardo se casó a los 17 años y con su modesto salario de mecánico, nunca le faltó nada a su familia, su esposa nunca necesitó trabajar en la calle, ni él quería que ella lo hiciera. Durante su juventud dedicó largas jornadas al trabajo voluntario en el taller y en las noches ocupaba su tiempo en las tareas del Partido, los CDR y la MTT.
Para sus hijos y su esposa solo quedaban algunos fines de semana, pues muchas veces tenía que partir movilizado fuera del municipio, por las Milicias. Pero su esposa dedicada, siempre lo comprendió, sabía que las razones de Abelardo cumplían con una causa justa y mayor que el simple sacrificio personal. Ella hizo caso omiso de las habladurías de la gente sobre los supuestos romances de Abelardo. Sus hijos aprendieron mucho de él, pero cuando las alas crecieron decidieron volar lo más lejos posible de Abelardo y su sacrificio.  La esposa murió y hoy él está completamente solo, honrado pero solo, pobre pero honrado.

 "Todo sacrificio tiene su recompensa."
 Julio Cesar Ramos

Julio, 68 años de edad, se jubiló, pero se reincorporó a las aulas, a las que había dedicado toda su vida. Fue maestro voluntario,  Macarenco, alfabetizador y hasta participó en la limpia del Escambray. ¿Quién le iba a decir a Julio que con 16 años, tendría un fusil en las manos cuando su real motivación era enseñar a leer y a escribir a los campesinos cienfuegueros? Su esposa, Mary, educadora también,   es 3 años mayor que él y nunca tuvieron hijos, las responsabilidades no se lo permitieron, ambos tenían carreras que desarrollar y tareas que cumplir y los hijos no eran una posibilidad en tales circunstancias.  Ellos viven en un apartamento que se ganó Julio en los años 80 cuando participó en una microbrigada, pero ya todas las puertas interiores no existen, pues en los años 90, cuando el duro periodo especial, las necesitaron como leña para la cocina.
Hoy Julio llega todos los días al aula y hay chiquillos que a sus espaldas se burlan de sus zapatos maltrechos por los años o del pantalón que cada día en los últimos 5 años ha usado y ya se les puede ver algún que otro remiendo. Pero eso sí, Julio llega a su aula pulcro y nunca le han faltado los buenos días para cada educando.  Hoy Julio y Mary hacen cada día la cola para el pan por la libre en la panadería, para tener  una merienda en las noches. Escuchan todos los días la radio, pues el televisor que le dieron a Julio como vanguardia, necesitó venderlo para algunos meses de comida.  Tienen en planes pintar la casa, pues la última vez que lo hicieron fue con cal y ahora solo se ven las manchas del humo durante las cocinas improvisadas. Julio y Mary no tienen hijos, no se adaptan a la modernidad, pero les queda el civismo que transmiten cada día a sus discípulos y la satisfacción de sacrificarse por un ideal compartido y superior a sus efímeras existencias.
"El sacrificio no significa ni la amputación, ni la penitencia. (...) Se trata de una ofrenda de nosotros mismos a ser que usemos".
Antoine de Saint-Exupéry
 Antonio, 53 años de edad, nació con la revolución y con ella creció, su padre tenía un pequeño bar que fue nacionalizado y su madre trabajaba en el teatro principal, ambos fallecieron al poco tiempo de ver caer la majestuosa construcción, orgullo de los habitantes de esta tierra, donde en sus tiempos juveniles vieron actuar a grandes personalidades de Cuba y del mundo. Antonio nunca se decidió a desempeñar un oficio fijo, fue cantinero, trabajador agrícola, vendedor ambulante, obrero calificado en la fábrica de Bujías. Desde el año 83 vive sólo, pues el gran amor de su vida participó con él en una movilización para la zafra y allí ella decidió que un operador de combinadas era una mejor selección.  Aún así, Antonio participó durante 10 años consecutivos en aquellas movilizaciones, hizo de forma completa tres zafras, en una de ellas se ganó el refrigerador que con tano recelo cuidaba, hasta el día que hicieron los cambios para darle uno nuevo, por el cual tendría que pagar más de 7 mil pesos que no tenía, y en ello empeñaría el resto de su existencia. Aquel día dijo adiós a su querido equipo lanzado a golpe limpio contra un camión para su posterior destrucción, con un nudo en la garganta Antonio recibió una modernidad que  nunca había pedido.
Hoy se le ve a Antonio sentado en la plaza todos los días quincalla en mano, vendiendo cuanto sea necesario para concluir la jornada con un plato de comida decente y un vaso de una alquimia etílica capaz de calmar su soledad nocturna. Muy pocas veces lo podemos encontrar sobrio.  Ya Antonio dio todo lo que de él se requería, fue útil y se dice que lo sigue siendo, pues como lo hizo en otros tiempos aporta información para el bien engranado sistema de control social. Su hogar, otrora joya arquitectónica,  hoy ruinas donde sólo, de diez,  tres habitaciones no sufren peligro de derrumbe.
"La libertad es el único objetivo digno del sacrificio de la vida de los hombres".
Simón Bolívar

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