sábado, 20 de octubre de 2012

LOS RECLAMOS DEL MAR

Por Roberto García
Isabela de Sagua y el mar son como uña y carne. Eso significa que su gente está acostumbrada a las mareas altas, sin embargo me llamó la atención ver sorpresa, asombro y hasta un poco de preocupación en algunos rostros, testigos del “llenante”, como ellos le llaman, ocurrido el pasado 17 de octubre.
Ya se sabe que este es el mes de las mareas más elevadas. Algunos aseguran que esto puede extenderse hasta inicios de noviembre, pero parece que al mar esta vez se le fue la mano, porque personas ya mayores y que siempre han vivido allí, aseguran que hace unos 30 y tantos años hubo una marea muy alta, pero no como esta.
Es fácil imaginar a lo que voy a referir: calles totalmente inundadas, muebles patas arriba en las viviendas, embarcaciones que dejaron el fondeadero para ocupar el parqueo de algún auto, y claro está, nadie, nadie con zapatos ni pantalones largos.
Los de imaginación más ligera dicen que se aceleró el calentamiento global y que la subida del mar ya deja poco tiempo para preparativos. Los más pesimistas aseguran que ahora sí llegó el final del poblado, y que esta es una señal para que los isabelinos se retiren un poco más tierra adentro.
Pero si tenemos en cuenta otros elementos, llegaremos a la conclusión de que no es para tanto. Fríamente esto puede parecer una invasión del mar, porque ha llegado a donde no le corresponde, sin embargo en este último punto uno puede equivocarse.
Recordemos que Isabela es una península muy baja, y artificial en buena medida. Parte de su tierra, aparentemente firme, salió del fondo del mar cuando ocurrió el dragado de la zona portuaria, y mucho antes, hasta se vertió allí lastre de incontables embarcaciones que llegaban sin carga.
Por eso, al parecer se trata de que el agua salada todavía extraña su espacio, solo que no había tenido oportunidad para una visita tan efusiva. Y posiblemente ha estado en contubernio con otros socios, como los ciclones, que han hecho aún más daño, sin que los pobladores se dieran por vencidos.
Pues claro que no es el final. Los isabelinos aún tienen mucho más que agradecerle al mar, que lo que pudieran reprocharle, de modo que este reclamo desde el Atlántico será otra vez pasajero. Calafatearán sus casas si fuera necesario, porque así son Isabela y el mar: como perla y ostra.

 




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