Los cementerios de Sagua
Especialista: Raúl Villavicencio Finalé
El Panteón de los Veteranos de la Guerra de Independencia.
Más que del panteón hablaremos de todas las penurias y vicisitudes que sufrieron estos heroicos ancianos antes de ser sepultados en él.
La gloria se la habían ganado combatiendo por la independencia de Cuba en los campos de batalla. Los que sobrevivieron a la guerra, los llamados Veteranos, cuando entraron triunfalmente en Sagua el 1 de enero de 1899 desconocían las penurias que vivirían posteriormente durante la llamada Seudorepública o República Mediatizada en la cual imperaron los gobiernos corruptos que solo se preocuparon por amasar fortunas a costa de la miseria del pueblo humilde. Los veteranos de la guerra, a duras penas pudieron construirse un local y una asociación que los defendiera en la medida de sus posibilidades.
Sus problemas comenzaron cuando la pensión vitalicia que se les pagaba como veteranos dejaron de llegar a sus bolsillos por atrasos inconcebibles de pago. Hubo ocasiones en que la asociación local tuvo que prestar de sus fondos hasta la suma de dos pesos para aliviar en algo sus penurias económicas, y esto ocurría cuando se encontraban ya en estado de edad avanzada.
Algunos de ellos, en situación desesperada, pasaron a vivir como indigentes en la vieja cárcel pública que por entonces estaba abandonada, y si alguno necesitaba una radiografía, por ser este un servicio privado, la asociación las lograba rogándole a los médicos que la hicieran por un precio muy bajo.
Cuando ingresaban en el hospital Pocurull, la asociación tenía que gestionar ante la dirección del mismo la posibilidad de matar la plaga de chinches que azotaba las camas de esa institución pública de salud.
En una ocasión la asociación protestó porque uno de sus asociados al morir tenía las escaras de su espalda infectadas de gusanos por la pésima atención que allí recibió.
El sepelio constituía otra agonía porque las funerarias privadas se negaban a ofrecer servicio si no se les pagaba al contado y cuando se conseguía una rústica e improvisada caja había que transportarla en hombros desde donde viviera el veterano fallecido hasta la estación de ferrocarril desde donde se llevaba gratuitamente hasta el panteón en el cementerio.
Numerosas quejas llegaban al presidente de la República Fulgencio Batista y al Senador Jorge Mañach informando de la penosa situación.
Así vivieron y murieron nuestros gloriosos mambises en esa época de oprobio, para encontrar el descanso solo en el cementerio.
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