Por: Yoel Rivero Marín.
Regresaba después de una jornada agotadora, me agobiaban los muchos problemas del día a día; la novia, el trabajo, el dinero que nunca alcanza. Fue entonces que lo vi, estaba en la esquina, parecía cargar todo el peso del mundo en su sola espalda. Por su ropa y lo que se veía del cuerpo, el descuido carcomía su larga y cansada vida. En ese instante algo cambió en mí. Su mirada y esa mano extendida suplicante hicieron que me detuviera cuando antes seguía sin alterar el curso de mis pensamientos. Allí estaba él, y yo como un tonto comencé a revisar mis bolsillos penosamente vacíos, mientras su mano continuaba extendida. No sé como pasó por mi mente, pero casi al instante estreché la diestra de aquel anciano que iluminó sus rasgos cansados con una sonrisa llena de una historia, que tal vez algún día pueda ser la mía.
Regresaba después de una jornada agotadora, me agobiaban los muchos problemas del día a día; la novia, el trabajo, el dinero que nunca alcanza. Fue entonces que lo vi, estaba en la esquina, parecía cargar todo el peso del mundo en su sola espalda. Por su ropa y lo que se veía del cuerpo, el descuido carcomía su larga y cansada vida. En ese instante algo cambió en mí. Su mirada y esa mano extendida suplicante hicieron que me detuviera cuando antes seguía sin alterar el curso de mis pensamientos. Allí estaba él, y yo como un tonto comencé a revisar mis bolsillos penosamente vacíos, mientras su mano continuaba extendida. No sé como pasó por mi mente, pero casi al instante estreché la diestra de aquel anciano que iluminó sus rasgos cansados con una sonrisa llena de una historia, que tal vez algún día pueda ser la mía.
Antes yo pensaba como muchos, pero después de aquel instante, todas mis presunciones de joven insensible tomaron otro matiz. Aquella mano maltratada por el tempo mostraba cuántos empedrados caminos había transitado. Y pensar que un día él fue como yo. Hasta ese momento nunca me percaté de cuánto le debía: las calles, las casas, todo salido de sus manos. Con los años cada uno se ha consagrado a su propia obra, su andar despacio, su divagar constante, ese secreto del mito y el relato sagrado del pasado navegan en penumbras al final de un viaje, que muchos, como yo, ven concluido.
Ahí van, con sólo pararme en una esquina los veo. Se sienten fuertes, pero el tiempo ha apagado aquella llama que les permitía enfrentar al mundo como ahora lo hago yo. Ellos también sonríen, sienten, sueñan, conversan de los mismos temas que yo, aman también con la misma intensidad y se sienten útiles, aunque los años los limiten, como poco a poco lo harán conmigo. Recuerdo que después de aquel encuentro varias veces me senté en el parque, ese que le dicen “El pelón”, y bajo la sombra de la Ceiba vi ancianos recordando sus viejos tiempos, intentando comprender el presente y a esos jóvenes indiferentes que pasan a su lado.
Cuando a veces detengo la mirada en las profundidades del espejo, me parece que un anciano desconocido me estuviera observando. No sé si es que ahora presto más atención, o es que cada vez son más los que van a sentarse a ese parque. Muchos se ríen y dicen que ahora hay un Boom de abuelitos. Yo los veo con sus miradas pacientes, con sonrisas que les devuelven a sus rostros las expresiones de antaño. Me han contado que para el 2025 Sagua la Grande tendrá más ancianos que niños, esa es una realidad innegable.
La religión de lo moderno rinde culto a unos dioses exclusivamente jóvenes. Así nuestro mundo se ha ido poblando de gente nueva, halagada, superficial, espléndida, que no encuentra límite para sus caprichos, y de viejos cada vez más numerosos que, por fuerza acaban engrosando una especie de tercer mundo de la existencia, colmado de seres sin futuro, resabios de un pasado que ya no interesa a nadie, y fatalmente condenados a un presente banal que solo sirve para alimentar la poderosa industria de los cosméticos, las redes de turismo en masa y sistemas totalmente enajenantes. Llegar a viejo no sólo implica la amenaza de sufrimientos desconocidos, sino viene acompañado de la soledad, de la nostalgia.
Como todos, con suerte, yo también llegaré a esa edad que cierra nuestro paso por la vida, y sé que las generaciones que me seguirán algún día al intentar yo cursar una calle ellos van a encontrar esa mano suplicante que les diga: “haz por tu pasado para que tu futuro haga por ti”
2 comentarios:
Yoel, he llegado a tu blog gracias a Cedeño. Muy interesante tu trabajo sobre el adulto mayor. Ya no soy tan joven, pero es cierto que cuando lo somos muchas veces no sabemos valorar lo que representa el paso del tiempo en esos rostros cansados y llenos de arrugas. Felicidades eb tu trabajo y éxitos. Te invito a viistar mi blog. http://letrassueltas.nireblog.com
Yoel, en cuanto Cedeño me mandó las direcciones de las blogs, anduve husmeando por aquí, me parece muy fresca y directa la tuya, me gusta.
Esta entrada de los ancianos me encanta y de hecho voy a escribir sobre el tema, tengo una gran cantidad de viejitos lindos en mi familia y otros que son buenos recuerdos...
Tienes razón en vaticinar que este CLUB nos va a llevar a vericuetos insospechados de la ISLA...
Publicar un comentario