Por Yoel Rivero Marín.
Las apacibles aguas del “Undoso” tienen una historia, no siempre llena de bondades. Ellas le dieron el nombre a la ciudad, la hicieron crecer, permitieron su desarrollo económico y social y se han convertido inevitablemente en un símbolo del territorio.
El río Sagua la Grande es el segundo en extensión de la isla de Cuba. Sus más de 180 kilómetros atraviesan a varios municipios de la región central del país y en él, miles de personas han encontrado una vía de transportación, la posibilidad de una pesca segura y la belleza de un paisaje que en ocasiones nos llega a asustar.
Este río se torna impresionante cuando un fenómeno meteorológico como el huracán Ike le aporta a él y a sus afluentes millones de metros cúbicos de agua y sale de su cauce impetuoso y amenazador. Para suerte de los sagüeros actuales la historia nos ha enseñado a convivir con él, cuando amenaza evacuamos a quienes viven en sus márgenes. Pero ya el pánico no cunde en la ciudad pues varias obras de ingeniería se han creado para palear sus efectos indeseables y sus crecidas difícilmente llegan a ser como las que en el pasado fueron capaces de anegar la ciudad casi totalmente.
Hoy estamos preparados para evitar que sus daños sean irreparables, y una crecida como la de este 11 de septiembre de 2008 se convierta en un motivo más para que los habitantes de esta villa rompan su rutina y recuerden que esas apacibles aguas pueden llegar a ser violentas como lo han demostrado en los casi 200 años que tiene la ciudad en sus márgenes.
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