Cerca del barrio La Jagüita existe un bello arroyo que en la serenidad de sus aguas oculta su perfidia por entero. Bello, sí, para aquel que su vista recree en él, pero para el desventurado que atraído por sus dotes naturales ose penetrar en él por cualquier motivo, para ese pronto se revela toda la maldad y el veneno, el castigo por decirlo así, que envuelve a ese arroyo a simple vista maravilloso.
Al fatal arroyo al ser creado por el ser supremo, le fue asignado un terreno de fango movedizo que no resiste el menor peso. Cierto día un campesino que hacia el viaje con cuatro bueyes tirando de una carreta cargada de caña, e ignorando la consistencia del terreno, se aventuró a atravesar dicho arroyo. Tan pronto como el infeliz hombre acompañado de sus cuatro bestias con el cargamento penetró en el arroyo, comenzó a hundirse lentamente en el lodo.
Todas las esperanzas eran vanas, todos los esfuerzos realizados por ese hombre y sus cuatro bueyes fueron estériles, pues a medida que hacían o buscaban algún modo de librarse de la muerte que los acosaban para aventurarlos en su seno, solo conseguían enterrarse más y más. Y así poco a poco, enloquecidos hombre y animales por el dolor que les ocasionaba ver cómo iban a ser sepultados vivos, fueron desapareciendo totalmente.
Mucho se habló de este suceso dramático, pero como todas las cosas, al cabo del tiempo nadie más se acordó de este episodio. Hasta un día que un caminante acertó a pasar por dicho arroyo y veloz corrió despavorido dando gritos de horror. Al llegar dicho personaje donde otras personas y ser interrogado acerca de la causa de su pavor, el sujeto respondió que al llegar al arroyo había visto cómo un hombre acompañado de cuatro bueyes y una carreta se hundían en el fango haciendo esfuerzos supremos por salvarse.
Después de esto otros viajeros han afirmado ser testigos de la misma escena. Hoy años han pasado, pero el hecho no se ha olvidado como antes, pues queda ahora esta triste leyenda que viene a recordar a todos el triste fin de estas víctimas.
Al fatal arroyo al ser creado por el ser supremo, le fue asignado un terreno de fango movedizo que no resiste el menor peso. Cierto día un campesino que hacia el viaje con cuatro bueyes tirando de una carreta cargada de caña, e ignorando la consistencia del terreno, se aventuró a atravesar dicho arroyo. Tan pronto como el infeliz hombre acompañado de sus cuatro bestias con el cargamento penetró en el arroyo, comenzó a hundirse lentamente en el lodo.
Todas las esperanzas eran vanas, todos los esfuerzos realizados por ese hombre y sus cuatro bueyes fueron estériles, pues a medida que hacían o buscaban algún modo de librarse de la muerte que los acosaban para aventurarlos en su seno, solo conseguían enterrarse más y más. Y así poco a poco, enloquecidos hombre y animales por el dolor que les ocasionaba ver cómo iban a ser sepultados vivos, fueron desapareciendo totalmente.
Mucho se habló de este suceso dramático, pero como todas las cosas, al cabo del tiempo nadie más se acordó de este episodio. Hasta un día que un caminante acertó a pasar por dicho arroyo y veloz corrió despavorido dando gritos de horror. Al llegar dicho personaje donde otras personas y ser interrogado acerca de la causa de su pavor, el sujeto respondió que al llegar al arroyo había visto cómo un hombre acompañado de cuatro bueyes y una carreta se hundían en el fango haciendo esfuerzos supremos por salvarse.
Después de esto otros viajeros han afirmado ser testigos de la misma escena. Hoy años han pasado, pero el hecho no se ha olvidado como antes, pues queda ahora esta triste leyenda que viene a recordar a todos el triste fin de estas víctimas.
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