Por: Yoel Rivero Marín
Han sido muchas las oportunidades que he tenido en la vida de dar la bienvenida a amigos, a buenos amigos de otras regiones del país y del mundo, a mi tierra querida, a mi ciudad con casi 200 años de existencia. Todos, absolutamente todos, han quedado maravillados con esta Villa que se alza magnífica en las márgenes del Río que le da nombre. Todos me elogian sus calles anchas, sus calles limpias, sobre todo eso, limpias.
Han sido muchas las oportunidades que he tenido en la vida de dar la bienvenida a amigos, a buenos amigos de otras regiones del país y del mundo, a mi tierra querida, a mi ciudad con casi 200 años de existencia. Todos, absolutamente todos, han quedado maravillados con esta Villa que se alza magnífica en las márgenes del Río que le da nombre. Todos me elogian sus calles anchas, sus calles limpias, sobre todo eso, limpias.
Todos le dan la razón a Mañach cuando la calificó como una "Tacita de plata" aún cuando los sagüeros mantengamos una postura de inconformidad permanente y aspiremos siempre a una ciudad mejor. Tal vez ha sido esa postura la que ha mantenido a Sagua en tales condiciones hasta el presente. Aún cuando los habitantes de estos tiempos se resistan a reconocerlo, la Villa de la Purísima Concepción de Sagua la Grande sigue siendo receptiva, brillante y pulcra, aún cuando en los habitantes de estos tiempos su amor haya menguado, su orgullo esté resentido.
No le toca a nadie más que a los sagüeros de hoy mantener ese calificativo que tanto nos engrandece. ¿Es acaso que estas generaciones son de menor valía que las que nos antecedieron?
Tacita de plata ha sido, Tacita de plata es y Tacita de plata seguirá siendo la Villa. Aquel que lo dude que venga y camine por sus calles.
Aquí reproducimos íntegramente el comentario del ilustrado sagüero Jorge Mañach incluido en su texto "Sagua la máxima":
"Por lo pronto, he aquí una villa pulcra y luminosa. Limpia y clara, aun bajo esta menuda lluvia dominguera, que ha velado melancólicamente el parque (el Parque).
Pero esta mañanita, reciente aún el amanecer, ¡qué nítida precisión la del caserío! ¡qué deslumbramiento tropical en la retina! ¡qué inexorable reverberación en las calles blancas!... Es acaso la sensación más neta que se guarda de nuestra tierra: la luz. Antaño yo siempre pensaba en la niñez y en Sagua a través de unas páginas –pulcras y claras también- de aquel lindo libro pueril en que Edmundo d’Amicis describe la opresora rutilancia de las calzadas argentinas. Hay algo de dolor en este claror. Dolor, o laxitud espiritual, como la que produciría el eterno bochorno de una siesta interminable. "Tacita de plata" llaman a la Villa. Así es de receptiva, brillante y pulcra".
Jorge Mañach. Sagua la Grande 1923
"Por lo pronto, he aquí una villa pulcra y luminosa. Limpia y clara, aun bajo esta menuda lluvia dominguera, que ha velado melancólicamente el parque (el Parque).
Pero esta mañanita, reciente aún el amanecer, ¡qué nítida precisión la del caserío! ¡qué deslumbramiento tropical en la retina! ¡qué inexorable reverberación en las calles blancas!... Es acaso la sensación más neta que se guarda de nuestra tierra: la luz. Antaño yo siempre pensaba en la niñez y en Sagua a través de unas páginas –pulcras y claras también- de aquel lindo libro pueril en que Edmundo d’Amicis describe la opresora rutilancia de las calzadas argentinas. Hay algo de dolor en este claror. Dolor, o laxitud espiritual, como la que produciría el eterno bochorno de una siesta interminable. "Tacita de plata" llaman a la Villa. Así es de receptiva, brillante y pulcra".
Jorge Mañach. Sagua la Grande 1923
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