Es este el nombre que recibió y aun conserva un pequeño tramo del río Sagua, en su margen derecha y muy cerca de los chorrerones del Hicacal, donde sus aguas forman un recodo para que el cauce bordee la parte sur de la población.
En este lugar formó el río un remanso, facilitando así un excelente baño a los muchachos que se unían diariamente formando grupos en busca de los deleites de las aguas del Undoso y de la víctima de sus maldades. Vivía allí una campesina de alma varonil, cuya diversión era derribar con su hacha el árbol del tronco más grueso, y arar las tierras con el arado que mayor surcado hiciera.
Comienza así el nombre del remanso: Poza de la vieja Trabuco, por que comienzan también los episodios que se recuerdan aún: La vieja Trabuco y los traviesos muchachos, encontrando ellos en dicha poceta el centro de sus diversiones como nunca pensaron hallar en un baño natural del río Sagua.
Muy cerca de la poceta comenzaba una pequeña finquita propiedad de esta rara campesina, que aunque rara, se ocupaba solo del bienestar de su escasa familia y de los cultivos que en sus tierras realizaba.
Comenzaron los sucesos, porque no haciendo caso los muchachos que allí se bañaban a la poca distancia que los separaba de la casa de la campesina, se bañaban sin otro traje que la piel al aire libre. Aquí empezaban los retozos que ellos mismos formaban, tales como el de “la corúa”, y así llevaban a cabo algunos más. Otras veces corrían por las orillas diciéndose toda clase de palabras mal oídas, hasta que llegaban a oídos de doña Rufina que así se llamaba, molestándola de tal modo que no podía menos que acudir a donde los bribones se bañaban, yendo con su indumento propio: zapatos de baqueta y machete en la cintura; los amenazaba, les repelía las palabras, y muy a menudo tenía que darse un baño nada refrescante, porque los perseguía hasta que se perdían de vista, después de decirse las injurias propias del caso, teniendo doña Rufina que cruzar la poceta a nado.
Estos espectáculos incitaban la maldad de los canallas quienes no faltaban un solo día a la poceta para evitarle a doña Rufina TRABUCO, sobrenombre que le asignaron por su voz fuerte y ronca y por las amenazas de que los hacia objeto.
Así fueron sucediéndose día a día dichos sucesos, hasta que algún tiempo después, quizás por este motivo, quizás por otro, doña Rufina Rodríguez tuvo que abandonar su finquita e irse lejos de quienes le proporcionaba tan malos ratos y tantas maldades que no merecía.
Ha seguido con el nombre de La poza de la vieja Trabuco solamente el lugar, porque la poza no existe, rellenada por la deposición de las aguas del río, y en la brillante finquita que cultivaba doña Rufina, solo quedan para no olvidarla, algunos árboles que ella con su arado y su machete plantó.
En este lugar formó el río un remanso, facilitando así un excelente baño a los muchachos que se unían diariamente formando grupos en busca de los deleites de las aguas del Undoso y de la víctima de sus maldades. Vivía allí una campesina de alma varonil, cuya diversión era derribar con su hacha el árbol del tronco más grueso, y arar las tierras con el arado que mayor surcado hiciera.
Comienza así el nombre del remanso: Poza de la vieja Trabuco, por que comienzan también los episodios que se recuerdan aún: La vieja Trabuco y los traviesos muchachos, encontrando ellos en dicha poceta el centro de sus diversiones como nunca pensaron hallar en un baño natural del río Sagua.
Muy cerca de la poceta comenzaba una pequeña finquita propiedad de esta rara campesina, que aunque rara, se ocupaba solo del bienestar de su escasa familia y de los cultivos que en sus tierras realizaba.
Comenzaron los sucesos, porque no haciendo caso los muchachos que allí se bañaban a la poca distancia que los separaba de la casa de la campesina, se bañaban sin otro traje que la piel al aire libre. Aquí empezaban los retozos que ellos mismos formaban, tales como el de “la corúa”, y así llevaban a cabo algunos más. Otras veces corrían por las orillas diciéndose toda clase de palabras mal oídas, hasta que llegaban a oídos de doña Rufina que así se llamaba, molestándola de tal modo que no podía menos que acudir a donde los bribones se bañaban, yendo con su indumento propio: zapatos de baqueta y machete en la cintura; los amenazaba, les repelía las palabras, y muy a menudo tenía que darse un baño nada refrescante, porque los perseguía hasta que se perdían de vista, después de decirse las injurias propias del caso, teniendo doña Rufina que cruzar la poceta a nado.
Estos espectáculos incitaban la maldad de los canallas quienes no faltaban un solo día a la poceta para evitarle a doña Rufina TRABUCO, sobrenombre que le asignaron por su voz fuerte y ronca y por las amenazas de que los hacia objeto.
Así fueron sucediéndose día a día dichos sucesos, hasta que algún tiempo después, quizás por este motivo, quizás por otro, doña Rufina Rodríguez tuvo que abandonar su finquita e irse lejos de quienes le proporcionaba tan malos ratos y tantas maldades que no merecía.
Ha seguido con el nombre de La poza de la vieja Trabuco solamente el lugar, porque la poza no existe, rellenada por la deposición de las aguas del río, y en la brillante finquita que cultivaba doña Rufina, solo quedan para no olvidarla, algunos árboles que ella con su arado y su machete plantó.
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