miércoles, 29 de octubre de 2008

¿Por qué llamamos a Sagua la Grande "La Villa del Undoso"?

Resulta indiscutible que el amor por Sagua la Grande une a muchos de los jóvenes que hoy la vivimos y nos hacemos infinidad de preguntas, por hemos tomado prestado del blog "Con voz propia" este comentario que, más allá de ser exclusivo, resulta necesario que recorra el mundo.

Por: Adrian Quintero.

Para explicar el por qué de la denominación los sagüeros aludimos al poeta Gabriel de la Concepción Valdés y a sus vínculos con esta ciudad. 

Estimado por Virgilio López Lemus como un versificador espontáneo, interesado en los asientos domésticos e inmediatos, no parece absurdo que Plácido le haya dedicado un poema al río Sagua la Grande. Lo hizo con diversos elementos de la naturaleza en los tantos parajes de Cuba que visitó. 
Según apuntes que el fallecido periodista Tomás Aguilera Hernández, el poeta visitó a Sagua varias veces hacia el año mil 840 en busca de materiales para sostener su oficio de peinetero. José Lezama Lima da cuenta en el volumen de inéditos "Fascinación de la memoria" que en el centro de la isla Plácido conoció a Francisco Pobeda Armenteros, quien luego se convertiría en notario de la Iglesia Parroquial. El autor de “Paradiso” asegura que Gabriel de la Concepción y el iniciador de la poesía criollista, por muchos años residente en Sagua, sostuvieron inolvidables controversias. 
También puede asegurarse que Plácido conoció el río Sagua la Grande. Lo menciona en el poema “El veguero”: “Tú sola en Manicaragua/ brillarás, linda hechicera/ como del fecundo Sagua/ en la sonante ribera/ brilla la flor de majagua”. Pero no hemos hallado texto alguno donde el versificador decimonónico se refiera a nuestro río como el “Undoso”. Tampoco son comunes las publicaciones del siglo XIX donde se hable de Sagua la Grande como la Villa del Undoso. Sólo en las postrimerías de la centuria comeinza a generalizarse tal denominación. Antonio Miguel Alcover lo emplea en su "Historia de Sagua", editada en 1905. 
Probablemente los sagüeros nos sentiríamos muy defraudados si tuviéramos que dejar de atribuirle el adjetivo al insigne poeta asesinado en mil 844. Su nombre todavía hoy sigue teniendo una connotación especial en Sagua la Grande. Incluso, desde 1899 la antigua calle Musas es conocida como Plácido.
Seguimos pensando que, gracias a Gabriel de la Concepción Valdés esta ciudad ganó el hermoso calificativo de “La Villa del Undoso”, aunque el tema deje abierta una brecha a nuevas y más acuciosas investigaciones. 
Publicado por Adrián Quintero Marrero en su Blog "Con voz propia"

Y para los amantes de la poesía en este sitio le regalamos íntegramente el poema "El Vegero"(1841) de Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido)

 
 
EL VEGUERO

 
I

  Oye mis cantos, esquiva
  trigueña de Villaclara,
  la de la frente de oro,
  la de los labios de grana.
 
  La del corazón de fuego,
  la de los dientes de nácar,
  la de los ojos de virgen,
  la del aliento de ámbar.
 
  Tú eres fresca cual las flores,
  esbelta como la palma,
  cándida cual la paloma
  y risueña como el alba.
 
  Alegre como la luna
  en serena madrugada,
  brillante como la aurora
  del abril en las mañanas.
 
  Pura como los arroyos
  que entran bullentes en Sagua,
  bella como el colibrí,
  ligera como la garza.
 
  Un solo defecto abrigas,
  trigueña de Villaclara,
  por él te maldigo a veces
  porque con ese me matas.
 
  Y a veces por él también
  te entono mil alabanzas:
  y es el desdén asesino
  con que me partes el alma.
  
II

  Deja ese desdén, trigueña,
  porque la experiencia enseña
  que desdeñar y querer
  es echar al fuego leña
  y sentarse a verla arder.
 
  Por qué me vuelves la cara
  cuando de hablarte concluyo,
  si sabes por magia rara
  que mi corazón es tuyo,
  trigueña de Villaclara!
 
  No alcanzan mis proporciones
  a darte ricos topacios,
  ni te ofreceré millones,
  ni magníficos palacios
  con dorados artesones;
 
  pero si me quieres, yo
  te puedo un pecho brindar
  que jamás doblez usó,
  ni supo lo que era amar
  hasta que te conoció.
 
  Si aceptas mi petición,
  cortaré cedros en Sagua,
  y haré para nuestra unión
  la más bella habitación
  que tenga Manicaragua.
 
  Donde sus hojas desplega
  la planta, que hasta el confín
  del mundo preciosa llega:
  allí tengo yo una vega
  y entre la vega un jardín.
 
  En él hay para tu sien
  jazmín, clavel, combustela,
  y tiene calles también
  del malambo y la canela
  que nacen en Caibarién.
 
  En dos arroyos que dan
  vueltas al monte sombrío,
  tus negros ojos verán
  las clavellinas del río
  y los lirios del San Juan.
 
  Verás a la vergonzosa,
  tibia por naturaleza
  y la blanca extraña-rosa
  que no te excede en pureza
  ni se te iguala en lo hermosa.
 
  Cuando te quieras bañar
  tendrás una bella poza
  clara y limpia, donde al par
  junten su esencia la rosa,
  el jazmín y el azahar.
 
  Tengo en un lindo cantero
  que a tu nombre dediqué:
  ruda, albahaca, romero,
  varitas de San José,
  y espuelas de caballero.
 
  Ambarinas hay nacientes,
  amapolas ondeantes
  hay pensamientos rientes,
  y hay azucenas brillantes
  tan blancas como tus dientes.
 
  Tú sola en Manicaragua
  brillarás, linda hechicera,
  como del fecundo Sagua
  en la sonante ribera
  brilla la flor de majagua.
 
  No nací con heredad:
  si admites esta pequeña
  ofrenda de mi lealtad,
  harás mi felicidad
  y harás la tuya, trigueña.
 
III

  Así Mayo repetía
  sobre una peña en la altura
  de Cero Calvo, y gemía
  mirando una fuente pura
  que bajo sus pies corría.
 
  En la verde orilla hojosa
  advierte que alguien había,
  para su atención cuidosa,
  y ve una joven garbosa
  que sus cantares oías.
 
  Ya se esquiva, ya presenta
  sus formas de vez en cuando,
  como el que ser visto intenta
  y con cuidado aparenta
  no ver que lo están mirando.
 
  El joven amante, que
  tan sólo en la que le inspira
  piensa con ardiente fe,
  y hasta en las flores que mira
  le parece que la ve;
 
  el tiple deja en la peña,
  baja con algún recelo,
  escóndense en una breña
  al margen del arroyuelo,
  y conoce a su trigueña.
 
  Mas ella, que diligente
  a soslayo le observaba,
  mostrándose indiferente,
  fingiendo que se miraba
  en el cristal de la fuente.
 
  Por gracia tan no esperada
  gozoso al cielo bendice,
  y acercándose a su amada,
  -Salud Celinda adorada,
  con dulce acento le dice-,
 
  deja, imán de mi pasión,
  tu linda boca besar,
  y te daré en galardón
  ante Dios el corazón
  y la mano en el altar.-
 
  Celinda, en quien parecía
  ser el desdén natural,
  para ocultar su alegría
  veló el rostro con el chal
  y le dio lo que pedía.
 
  En sus brazos la estrechó
  Mayo, loco de contento;
  ella, también lo abrazó;
  soltóse, y desapareció
  más veloz que el pensamiento.
 

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